viernes, 20 de mayo de 2016

Soñador



Caminaba ensimismado en sus ideas más profundas, haciendo su subconsciente el trabajo gratuitamente ante la falta de interés que ponía el dueño de sus pensamientos; y lo hacía con el automatismo de quien tiene grabado el itinerario, siempre el mismo, del paseo matutino.

La senda jalonada por  geométricos jardines llevaba, paso a paso, a la zona más salvaje de aquél maravilloso jardín. Allí, los pensamientos podían vagar libremente, sin el encorsetamiento que la etiqueta social de la época imponía.

Y sin solución posible, éstos siempre iban enfocados hacia el mismo tema: Eloísa.

Era la tortura que llenaba su ser y a la vez el ángel que le seguía manteniendo, en esta vida, con cierta dignidad. Una y otra vez pensaba en ella. Recreaba los momentos que había podido robar a las miradas indiscretas de las amigas y, en un aparte, coger sus manos entre las suyas y mantenerlas suave y tiernamente presionadas tratándole de insuflar parte de la pasión que le rebosaba.

Eran retazos; acciones a salto de mata que había podido ir reuniendo a lo largo de dos  años de trato; y que remendados a su antojo, hacía que pareciera que aquello fuera una relación natural.

Las adelfas en flor emanaban su dulzona fragancia. El subconsciente le despertó de golpe; le advertía que habían llegado a su destino.

El lugar, oval, estaba firmemente resguardado por árboles centenarios que asemejaban a un ejército colosal y añejo. El centro lo dominaba un pequeño estanque; en medio del cual surgía una fuente que lanzaba al aire un chorro de agua cristalina y vaporizada. En el fondo se encontraba el banco de piedra, asiento de compañía de tantas mañanas.

Era su lugar de retiro particular; donde daba rienda suelta a sus reflexiones y donde el retrato de Eloísa, parecía recobrar una inusitada energía. Él sólo podía entornar los ojos y creer que los labios de aquella mujer, rozaban los suyos.
La extraña sensación de realidad de la escena le hicieron entreabrir los ojos y un exuberante sudor afloró por todo su ser. Aquellos ojos verdes grandes, inmensos le miraban,  mientras unos labios finos y delgados correspondían a los suyos.

Miró hacía el cielo guiñando un ojo a la Alturas y comprobó que el árbol que protegía aquél encuentro era un hermoso almendro en flor.


Para el II Concurso de Relatos Romántico-Eróticos, Recuerdo Incorruptible. Grupo Carpa de Sueños.

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