El abuelo le regala un balón, eso sí, de
reglamento para que el chico aprenda pronto el rol que una sociedad ancestral,
trata de transmitir, incluso en los propios genes, de una manera calculada.
La abuela, consustancial con lo mamado
y transmitido a través de muchas generaciones, se acerca hasta su butaca
favorita y ayuda a su nieta a trepar hasta su regazo; y, entre carantoñas y
zalamerías mutuas, le entrega un coqueto paquetito que, incluso envuelto,
desvela de antemano su contenido; una hermosa muñeca rubia de ojos azules que,
por mucho que lo intente, no puede competir con la belleza de su nieta.
Naturalmente, el conjunto que sus propias manos han tejido durante muchos días
anteriores para ambos nietos han sido confeccionados en los colores
tradicionalmente al uso: azul y rosa.
Y hasta ahí, la tradición. Una
tradición exenta de ninguna connotación por sí misma; al menos malintencionada.
Y es ahí donde los mellizos, que no gemelos, nacidos en un mismo momento; con
una misma raíz, comienzan a tener sus propias vida; vivencias que
experimentarán de distintas maneras.
¿Tienen que ver algo el rosa y el
azul? No deberían. Al final son colores estereotipados para esos momentos de
las vidas de unos niños. Los padres sí
que pueden querer indicar algo con los colores; pero no necesariamente.
Lo verdaderamente importante es el
tipo de educación, formación humana, que los progenitores estén dispuestos a
dar a sus vástagos o que quieran impartir; que no tienen por qué ser
convergentes ambas aspiraciones.
El niño seguirá siendo un niño que con
su formación, integral, irá consumiendo etapas de su adolescencia que le
permitirán formarse como hombre más allá de lo que la propia naturaleza le dará
por razón biológica.
Y a la niña la ocurrirá lo mismo;
culminando con éxito esas mismas etapas que derivarán en una formación única y
estrictamente personal por el mero hecho de ser lo que es: mujer; ni más...ni
menos.
Y esa formación en valores morales,
trascendentes, que por una parte los padres, en mayor medida, y por otra los
profesores que intervendrán en sus adiestramientos respectivos, es lo que
realmente determinará que uno no sea diferente al otro más que biológicamente;
y es en ese punto donde mejor se puede refrendar la igualdad. Justo desde la
diversidad biológica. La mente, con la parte asimilada por la propia morfología
de cada cual, se abrirá camino a través de los planteamientos filosóficos,
históricos, éticos y, desde luego, religiosos, creando un ser universal, con
las mismas aptitudes ante todas las ocupaciones de la vida. Esto no quiere
decir que ambos sexos sean iguales; esto
es imposible desde el punto de vista fisiológico, embrionario; pero tendrán una
idea cultural enriquecida y podrán mirarse a los ojos sabiendo que, siendo
distintos, son iguales.
Para el II Concurso de
Literatura Comarca de Níjar. (Almería).
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