jueves, 5 de mayo de 2016

Por la ribera


Caminaba por una ribera sosa de un río urbano en el corazón de Castilla, la Vieja como se llamaba cuando de pequeños empezamos a ubicar dónde estaba la ciudad en la que habíamos tenido a bien, o mal, nacer, entre una vegetación casi perdida su identidad por mor del progreso; pero, sobre todo, por el abandono tenaz de los mandatarios de no arreglar aquello que no sea un escaparate directo o seña de identidad de tal o cual población urbana; al hilo, sin lugar a dudas, de ese viejo refrán, seguramente castellano, de "limpiar lo que la suegra ve..."

Y en ese caminar tonto, sin rumbo pero libre, al menos podía degustar los retazos de una naturaleza que muy a nuestro pesar, lucha ella sola y de manera desigual, contra nuestra forma de proceder contra ella de una guisa contumaz y obscena.

Me parecía mentira que, en pleno corazón de una ciudad que mira poco por la salud del ocio de sus ciudadanos, de vez en cuando, importándoles un pito el ídem del de los vehículos que a escasos metros circulaban, camadas de conejos pastaran las raquíticas y exiguas hierbas que crecían amontonadas en matas, más próximas a rastrojos de un mítico y lejano oeste americano, que a las que , se entiende, deberían crecer en una vega regada por un río con un importante caudal de agua.

Pero la naturaleza tiene su propio temperamento; y gracias a la "higa" permanente que ella, la naturaleza, dedica al ser humano por su mala gestión, habitantes de este planeta que hacemos todo lo posible por cargarnos, proliferan aún en las condiciones más paupérrimas posibles; y en los lugares que, por una simple racionalización biológica, no deberían formar parte de sus territorios de habitabilidad.

Pero está ahí, mire usted por dónde. Mantienen en danza y pitanza a todos los gatos y perros, censados y no censados, de la urbe en un baile dietético a mitad de camino entre lo saludable y lo tóxico; pies encima estos animalitos, los de las orejas largas, casi todos vienen al mundo con una enfermedad endémica...¡pues qué mal! ¿no?

Y mientras tanto, en esa cadena alimenticia formada desde que el mundo es mundo, la existencia de unos conlleva la llegada de otros; los depredadores del rango superior en el escalafón y que se alimentan de los primeros; con lo que tampoco es muy difícil divisar, al menos en esta ciudad del Pisuerga, zorros o jabalíes que destrozan, de inmediato, la bolsa de basura del energúmeno e incivilizado de turno, de los cuales aún abundan, y se acostumbran a "vivir" a expensas de otros animales, estos de dos patas, pero con cabeza de los de cuatro, en lo que podemos denominar, claramente, un comensalismo nada provechoso para el futuro de estas especies.

¡Claro que resulta agradable ver corretear por esas márgenes, mitad de hierba, mitad de asfalto a estas criaturas! Es impagable mirar a los ojos de un niño contemplando las correrías de estos pequeños animales; pero no es su sitio.

El cinturón natural que antes suponía lo que hemos dado en llamar "civilización", ya no vale; muchos de los antiguos animales "salvajes", se han urbanizado en el sentido natural del término.

Hay que conseguir reeducarlos y que abandonen nuestras calles, antes suyas sin lugar a dudas, por el propio bien de la continuidad de sus especies; pues, de lo contrario, terminaremos por cargárnoslas.

Insisto; paseaba por la orilla izquierda de un río castellano y me encontré viajando por el ribazo de un caudal con retazos de salvaje; cuyos fantasmagóricos árboles, se me asemejaban mucho a torres de hormigón que, enfermas, expulsaban bocanadas de tinte negruzco por sus feas bocas.

Mi perro Hook, cuadrúpedo empedernido, no quiere ni oír hablar del terma. Con correr detrás de los conejos, es feliz. 


Para el XXIII Concurso de Narraciones Cortas, Villa de Torre-Pacheco, 2016. (Murcia).

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