Caminaba por una ribera sosa de un río
urbano en el corazón de Castilla, la Vieja como se llamaba cuando de pequeños
empezamos a ubicar dónde estaba la ciudad en la que habíamos tenido a bien, o
mal, nacer, entre una vegetación casi perdida su identidad por mor del
progreso; pero, sobre todo, por el abandono tenaz de los mandatarios de no
arreglar aquello que no sea un escaparate directo o seña de identidad de tal o
cual población urbana; al hilo, sin lugar a dudas, de ese viejo refrán,
seguramente castellano, de "limpiar lo que la suegra ve..."
Y en ese caminar tonto, sin rumbo pero
libre, al menos podía degustar los retazos de una naturaleza que muy a nuestro
pesar, lucha ella sola y de manera desigual, contra nuestra forma de proceder
contra ella de una guisa contumaz y obscena.
Me parecía mentira que, en pleno
corazón de una ciudad que mira poco por la salud del ocio de sus ciudadanos, de
vez en cuando, importándoles un pito el ídem del de los vehículos que a escasos
metros circulaban, camadas de conejos pastaran las raquíticas y exiguas hierbas
que crecían amontonadas en matas, más próximas a rastrojos de un mítico y
lejano oeste americano, que a las que , se entiende, deberían crecer en una
vega regada por un río con un importante caudal de agua.
Pero la naturaleza tiene su propio
temperamento; y gracias a la "higa" permanente que ella, la
naturaleza, dedica al ser humano por su mala gestión, habitantes de este
planeta que hacemos todo lo posible por cargarnos, proliferan aún en las
condiciones más paupérrimas posibles; y en los lugares que, por una simple
racionalización biológica, no deberían formar parte de sus territorios de
habitabilidad.
Pero está ahí, mire usted por dónde.
Mantienen en danza y pitanza a todos los gatos y perros, censados y no censados,
de la urbe en un baile dietético a mitad de camino entre lo saludable y lo
tóxico; pies encima estos animalitos, los de las orejas largas, casi todos
vienen al mundo con una enfermedad endémica...¡pues qué mal! ¿no?
Y mientras tanto, en esa cadena
alimenticia formada desde que el mundo es mundo, la existencia de unos conlleva
la llegada de otros; los depredadores del rango superior en el escalafón y que
se alimentan de los primeros; con lo que tampoco es muy difícil divisar, al
menos en esta ciudad del Pisuerga, zorros o jabalíes que destrozan, de
inmediato, la bolsa de basura del energúmeno e incivilizado de turno, de los
cuales aún abundan, y se acostumbran a "vivir" a expensas de otros
animales, estos de dos patas, pero con cabeza de los de cuatro, en lo que
podemos denominar, claramente, un comensalismo nada provechoso para el futuro
de estas especies.
¡Claro que resulta agradable ver
corretear por esas márgenes, mitad de hierba, mitad de asfalto a estas
criaturas! Es impagable mirar a los ojos de un niño contemplando las correrías
de estos pequeños animales; pero no es su sitio.
El cinturón natural que antes suponía
lo que hemos dado en llamar "civilización", ya no vale; muchos de los
antiguos animales "salvajes", se han urbanizado en el sentido natural
del término.
Hay que conseguir reeducarlos y que
abandonen nuestras calles, antes suyas sin lugar a dudas, por el propio bien de
la continuidad de sus especies; pues, de lo contrario, terminaremos por
cargárnoslas.
Insisto; paseaba por la orilla
izquierda de un río castellano y me encontré viajando por el ribazo de un caudal
con retazos de salvaje; cuyos fantasmagóricos árboles, se me asemejaban mucho a
torres de hormigón que, enfermas, expulsaban bocanadas de tinte negruzco por
sus feas bocas.
Para el XXIII Concurso de
Narraciones Cortas, Villa de Torre-Pacheco, 2016. (Murcia).
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