jueves, 5 de mayo de 2016

La sala de espera


El médico me había llamado, unos días antes, para quedar a las nueve menos cuarto con el fin de que , a la vista de mis extraordinarios resultados en los análisis de sangre, subirme un poco la dosis. Dosis que no estaba siendo completa, pues estaba en proceso de "aclimatación", de mi segunda "quimio".

La primera, tras cuatro años, comenzaba a dar signos de flaqueza y el doctor decidió, o me propuso en ese juego un tanto absurdo de la relación galeno - paciente, el cambiar de aires farmacológicos.

Y en la sala de espera me encuentro; esperando que mi turno salte por el altavoz de la consulta. Turno que no existe; ya que la cita es verbal; no oficial.

Me entretengo en contar, por enésima vez, los baldosines del  incipiente pasillo desde dónde esperamos. Hago un juego: primeros los beige, luego los azules, a continuación los marrones y por último el total. Algo hay que hacer en esos trances.

Miras a la caras de los que van llegando; te devuelven la mirada en un intercambio silencioso de sentimientos, a veces encontrados. Compruebas su tez, su andar, su porte en una evaluación comparativa con la tuya, totalmente subjetiva; es muy difícil que alguno "esté" mejor que tú; el espejo en el que te miras es como el de Blancanieves...interesado.

Hay un primer silencio, casi sepulcral, al comienzo de las consultas. Nadie quiere romper el virginal estado de la discreción reinante; casi antinatural con la sangre latina que corre por las venas de estos parajes. Pero el cotarro pronto se anima. La conversaciones van subiendo el tono en un murmullo casi con tempo sinfónico: adagio, allegro, vivace...y lo que comenzó siendo un modélico siseo entrecortado con información básica, termina dejando a la altura de los zapatos la algarabía del Corral de La Pacheca; que quizá pueda ser un mito, pero es un dicho muy extendido.

La pareja que llega, viene con mal pie. La cara de él, cetrina, no augura nada bueno. La mía no, imposible, me miré esta mañana en el espejo y estaba como una rosa... Descubres una mirada fija en tí que te hace pensar que, a lo mejor, opina de tí lo mismo que tú del que acaba de entrar.

Creo que es la dinámica de ese tipo de Salas de Espera; a lo mejor de todas; pero en las de otras especialidades, la verdad, no me he parado a pensarlo.

Llaman a un paciente por la megafonía con claro acento metálico. No soy yo. La mujer, con un coqueto pañuelo ladeado sobre su cabeza al más puro estilo bucanero; es una señora entrada en años, bueno, como los demás, y empuja el pomo de la puerta de la consulta con un ¡Buenos días! rebosante de energía y que desprende una gran cuota de optimismo; primer eslabón de una escalera que te permita subir, poco a poco esos peldaños que te eleven por encima de la línea de la mera subsistencia.

Y, cuando sale, vuelves a encontrarte con la misma cara feliz con la que ha entrado; para ella quedan las noticias que haya recibido en la intimidad de la habitación.

Yo tengo suerte. No ahora, sino desde hace años. Hoy vengo a que me suban la medicación; lo que, paradójicamente en estos tipos de enfermedad, puede ser una buena señal. En el mío lo es.  Y a seguir tirando.

Volveré en unos día para comprobar cómo influye en mi organismo esta subida de dosis. Volveré a coincidir con algunos pacientes. Seguro que entre ellos, está la mujer del pañuelo de lunares ladeado con sabor a corsaria.

Allí le espero.




Para el  XXXI Certamen Internacional de Poesía y Cuento, Barcarola 2016. Museo Municipal de Albacete.

No hay comentarios:

Publicar un comentario