Un ruiseñor gorjeaba con su atiplada
voz anunciando el amanecer del día de una primavera remolona en sus quehaceres.
El sol, medianamente tibio, calentaba,
a duras penas, el plumaje del pajarillo; permitiéndole con su generosidad,
tomar las suficientes energías para proclamar a los cuatro vientos su juventud;
y, de paso, recordar a los merodeadores, que la tierna y presumidilla pajarita
que se asomaba al extremo de una rama, densamente poblada de hojas, de la
acacia mimosa que se erguía frente a él, respondía a sus requiebros, en un
juego, rayando el arte, que se repetía,
instintivamente, durante
generaciones.
El joven ruiseñor voló solícito a la
rama de la coqueta avecilla; ésta le miró con un atrevido gesto de aprobación y
ambos se adentraron hacia lo más interno de aquella espesura, dejando a un
mochuelo mirón, con los enormes ojos saliéndose de las órbitas mientras daba
respingos espasmódicos con su cabeza, excitado por no poder ser testigo del
cortejo que iba a suceder en la intimidad del follaje.
Para el 10° Certamen
Internacional de Relato Hiperbreve Universidad Popular de Talarrubias.
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