Queridos
niños, esta es la historia por su supervivencia de un animalito muy pequeño y
poco conocido que habita en las grandes montañas de la península ibérica.
Comienza así...
Zascandileaba de roca en roca, husmeando tras ellas, mojadas
por las salpicaduras de las gotas del precipitado y cristalino arroyo de
montaña, en un trajín habitual para su nerviosa vida.
El señor Desmán era uno de los escasos supervivientes de
varias generaciones que había logrado su subsistencia a pesar del descomunal
pillaje, durante años, del ser humano.
Habían empezado, estos hechos, muchos años atrás. Al
principio la convivencia era pacífica. Nadie se metía con nadie. Todo el mundo
respetaba todo. Algún trampero, aparecía de vez en cuando y en su afán de
cobrar pieles de todo bicho viviente, llegaban a matar a alguno de ellos; pero
la fecundidad de las hembras, era
suficiente no sólo para paliar esas bajas, sino, conseguir, incluso
que la población prosperara.
Pero el hombre formó asentamientos cerca de estas corrientes.
Ya se sabe que, por naturaleza y logística, el ser humano siempre ha buscado
estar cerca de un caudal, pequeño o grande, de agua.
Nuestro Desmán, con su puntiagudo hocico, no dejaba de buscar lombrices, larvas y
pequeños crustáceos por sus dominios; en un ir y venir que asombraría a los más
prestigiosos atletas humanos.
Era el mayor de su comunidad, el más viejo y sabio. Ese gen
lo tenía que preservar para su descendencia; cuanto más ilustrado fuera, más
carga de conocimiento llevarían escrito en sus cerebros sus innumerables hijos.
Esto le hacía ser más precavido. Sus peripecias, buscando
alimento, no eran recorridos cargados sólo de gula; estaban marcados, sobre
todo, por una constante vigilancia a los
depredadores que campaban a sus anchas
por aquél tramo de "su" arroyo.
Se sentía importante; la mera circunstancia de que él morara
allí, otorgaba la vitola, a ese caudal, de calidad excelente; pues sólo en
riberas y aguas vírgenes, sin intromisión del hombre devastador, era capaz de
vivir el Desmán.
Soñaba, en sus rápidas pero profundas cabezadas, con que esa
corriente, convertida mucho más adelante en río, pudiera servir de refugio, un
día no muy lejano, a sus nietos y
biznietos; pues confiaba que la "peste negra" de la contaminación,
acabaría por ceder ante un nuevo concepto sobre el tratamiento de la naturaleza
que empezaba a enseñarse en las escuelas y colegios de los animales altos ,
verticales y enormes que parecían ser, los amos y señores de aquél universo de
agua, hierba y piedra.
En sus frecuentes encuentros con tritones y salamandras,
sobre todo, el tema de conversación siempre era el mismo; si llegarían a tiempo
de ver unos torrentes más allá de los que ahora podían vivir sanos; como para poder expandir los lugares
de habitabilidad sus descendientes. Las ranas, por ejemplo, se conformaban con
una condiciones de salubridad más precarias; pero, no obstante, se adherían a
las pretensiones de los anteriores.
Esa era la auténtica preocupación de nuestro docto Desmán.
Asumía, como norma de supervivencia transmitida en sus genes durante
generaciones y generaciones, el permanente estado de alerta contra sus
depredadores bien por aire: aguiluchos, búhos, gavilanes... como por
tierra: víboras, zorros o, incluso,
algún lobo demasiado hambriento; así como alguna zancuda, muy entrometida, como
la cigüeña, que con tal de incordiar, lanzaba picotazos a diestro y siniestro,
si se la ponían a tiro.
Pero dentro de su lógica preocupación, sobre su cabeza recaía
la responsabilidad de dejar como herencia a sus tataranietos el mejor sitio
habitable posible, el señor Desmán, como era conocido y respetado en aquél
torrente, intuía, por pura observación de su entorno, que un rayo de esperanza
parecía asomar por la ladera de su montaña; justo en el lugar, donde cada
amanecer empezaban a asomar los rayos de calor y vida, del astro sol.
Volvían a verse amplias zonas verdes y vírgenes; cada vez era
más raro encontrarse con restos de bolsas de plástico o de latas; de vez en
cuando, unos grandes pies con unas inmensas botas, sin duda pertenecientes a
los grandes animales verticales, se paseaban por las diminutas riberas de los
caudales de agua recogiendo aquellas cosas. Se preguntaba si es que esos seres
comían aquellos siniestros elementos; pero una reflexión posterior observando
cómo a los pocos días, donde había habido una lata, ahora, había crecido hierba
y plantas, le hizo comprender que, al menos , no todos los animales que en su
mundo eran conocidos como "los verticales", destrozaban su entorno. Un
hálito de esperanza se vislumbró en su
pequeño cerebro.
Transmitió, en cuanto pudo, sus reflexiones, a sus compañeros
de ribera y, aunque siempre había alguno algo más incrédulo, la palabra dicha
por Don Desmán, como le nombraban sus más incondicionales, era tenida en cuenta
y muy respetada.
Vivió mucho tiempo. Mucho más de lo que era normal entre los
de su especie. Pudo disfrutar del resurgir de la naturaleza de su zona. Tuvo
noticias, por terceros, de que las truchas y barbucones de aquellos torrentillos,
cada vez se adentraban, más y más por
parajes magníficos; además sus nietos y biznietos, de vez en cuando, le
enviaban emisarios para contarle hasta donde habían podido extender sus
dominios...
Los "humanos", como les llamaban otras especies, ya
no les perseguían; es más, vigorizaban sus riberas con diques de troncos para
que, los hasta entonces escasos castores, encontraran, rápidamente, lugares
donde hacer sus madrigueras; medían la salubridad de sus aguas con extraños
aparatos e, incluso, llegaban a contar el número de larvas y alevines, de tal o
cual especie en determinado punto del regato para controlar su saludable
desarrollo.
Definitivamente algo había cambiado; Definitivamente, dentro
de "los humanos" algo había tocado su fibra sensible que les hacía
comprender que, sin aquellos regatos y torrentes de aguas cristalinas; que, sin
salamandras y tritones en sus aguas, que sin desmanes de los pirineos en sus
orillas, limpiándolas de larvas, babosas y caracoles, como orden natural de la
evolución de la vida, no habría posibilidad de que esos otros espacios más
cercanos a sus asentamientos; ríos, pinares, praderas... no tendrían lugar pues
las aguas que bajarían de las montañas, vendrían prostituidas por los deshechos
que portarían en su acuoso vientre.
El mundo, ya no era el de Jauja. El mundo, ya no era el de la
Utopía. El mundo, volvía a ser...el que , cuando se creó, era.
Gracias, querido Desmán, por subsistir a nuestras
necedades...
A lo mejor, chavales, está en vuestras manos el final de esta
historia que ha empezado a ser realidad... ¿Queréis participar?
Presentado al II Concurso de Tema Libre Revista Archivos del Sur, 2014. (Argentina)
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