Por la vereda, hacia el monte,
subiendo por las laderas,
atravesando las eras,
se dirige al horizonte.
¿Dónde vas?¿Dónde me llevas?
¿Dónde quieres que dirija
mis pasos, como una hija,
que en tu falda, monte, aferras?
¿Por qué yo? ¿Por qué elegiste
al pastor que menos vale,
al que el rebaño señale,
como soso, torpe y triste?
Cuando el camino recorre,
los primeros bosquedales,
salen, huyendo, mis males
como fantasmas de torre.
Los eucaliptos varados
determinan una altura,
forman, juntos, la bordura,
entre divinos y humanos.
Se mezclan, pues, en la tierra
vacas, ovejas, ganados
que pacen en los llagados
pastos de la motosierra.
Camino, guarnicionado
por hiedras escaladoras
que acompañan, en las horas,
al pastor sacrificado.
Zarzamoras que se ofrecen
lujuriosamente henchidas,
como luces aburridas,
de burdeles que envejecen.
Las golondrinas cantoras
saludan a los intrusos,
que con balidos insulsos,
contestan a las señoras.
Revolotean, rasantes,
describiendo acrobacias,
una más, de las audacias,
de sus vuelos viajantes.
Rivalizan en sus trinos
con otras aves cantoras,
que trovan, con sus doloras,
aires de allá... transmarinos.
Engalanados ujieres
de veloz vuelo raseado
y al pollino, mosqueado,
más atención, le requieres.
Casi, casi, en escalada,
dejas atrás arboledas,
ante mis ojos: praderas,
¡parecen de mar salada!
¡Vastos prados, vastas brañas!
parecen arrebatadas,
por manos, muy bien guiadas
del bastidor, por guadañas.
Una yunta somnolienta
baja cargada de heno,
chirriando a tope su freno,
por la pendiente violenta.
Al pasar junto al rebaño,
la pareja de cabestros,
nos miran, cual sus ancestros,
lo hicieran antes...antaño.
Tensando mucho las formas,
músculos en plena acción,
desfilan como un armón
pero sin rígidas normas.
Poco a poco, la carreta
por el trayecto que baja
hoy heno, mañana paja,
su peregrinar completa.
Los perros, cual zascandiles,
corretean pastoreando,
entre la reses, cercando,
llevándolas a rediles.
Otros, mucho más robustos,
mastines queridos; nobles,
nervudos como los robles,
sagaces y tan adustos.
Comprenden, desde pequeños,
su quehacer en esta vida
que es, del ganado su cuida,
y ayudar, así, a sus dueños.
No marchan como un tropel,
van por libre, se parecen
a ejércitos que obedecen
a un curtido coronel.
El
Ángelus nos atrapa
al
raso, con ventolera
típica
de cordillera,
cuando
termina la etapa.
Una
mirada al cielo
limpio
y claro, azul distinto
que
anima a nuestro instinto
a
emprender un nuevo vuelo.
Descubrimos,
escondido,
un
lugar, cual monasterio,
que
permite refrigerio,
a
un estómago fruncido.
Gachas
secas por vianda,
regadas
con un buen vino,
que
en la bota aglutino,
mas
queso como vianda.
Siesta
somera, trivial,
para
recobrar la fuerzas
y
dejar que no retuerzas
la
columna vertebral.
A
lomos del asno asciendes
las
rampas de los picachos
que
desgranan, en hilachos,
las
nubes que tú hiendes.
Tras
la cúspide inminente,
el
sol comienza su ocaso
¡cuidado!,
no des mal paso
¡baja
del burro, inconsciente!
Azuza
a los perros ¡corre!
conmínalos
a llevarte
el rebaño, hacia otra parte
y
que de pasto atiborre.
La
noche llega y se queda,
en
la lúgubre montaña,
el
aullido te acompaña,
el
lobo, quizás, acceda.
En
la lobuna estampa,
los
mastines deambulan
por
los prados y, postulan
a
los lobos una trampa.
Audaces,
unos y otros,
en
un juego milenario,
en
ese mismo escenario
coincidieron
con nosotros.
No
terminarán, aún,
esas
cuitas familiares,
correrá
la sangre a mares,
si
se encuentran... es común.
De
vez en cuando, se escucha,
en
las cumbres tenebrosas,
los
gruñidos de las osas
a
su camada, flacucha.
Tiesas
orejas rastrean,
en
las tinieblas profundas,
las
notas, meditabundas,
de
quienes hoy, ya no cenan.
Amanecer...
fresco, nublo,
reminiscencias
de sueños,
olor
quemado de leños
que,
en mi interior, desanublo.
Estirones,
desperezos,
impulso,
tirón... ¡arriba!
que
la jornada prohíba,
seguir con esos bostezos.
Una
lata, enmohecida
que
del zurrón se recata,
sirve
para hacer de cata
de
un café para un druida.
Todo
dispuesto en la cima:
pasarán
varias jornadas
en
las que estas manadas,
retocen
su sobrestima.
Momentos
de provisiones,
engordes,
reservas, cribas,
aprovechan
estos días,
para
otras ocasiones.
Nacerán
nuevos corderos,
al
abrigo de la noche,
poniendo,
al fin, este broche,
a
cinco meses enteros.
Los
balidos quejumbrosos,
pidiendo,
a gritos, sustento,
hacen
del añojo tiento
de
águilas, lobos y osos.
Otra
vez, nuestros mastines,
encierran
bien en sus cercos
a
crías, madres, carneros,
pastores
y demás fines.
La
alborada llega otrora,
en
sucesivas oleadas,
con
mañanas soleadas,
que
poco a poco aminora.
Los
días se acortan, breves,
las
noches, se alargan, pronto
el
campamento desmonto,
pues
se aproximan las nieves.
Descendemos
de los picos;
las
reses tienen urgencia,
por
bajar, con diligencia,
los
enlodados caminos.
Las
lluvias ponen a prueba
la
resistencia animal,
convirtiendo
en un ritual
lo
que el alma no reprueba.
Adelantamos
carretas,
son
las últimas del año,
el
tapiz verde, de paño,
presenta
ya muchas grietas.
Los
bueyes van intuyendo
su
descanso invernal,
bajan,
por el pedregal,
con
descaro, mugiendo.
Se
acerca el ansiado hogar,
el
cortejo aprieta el paso,
¡es
igual! no te hacen caso,
cuando
les mandas parar.
No
hay golondrinas en vuelo,
no
hay aves que nos alegren,
no
hay elfos que nos integren
en
un paisaje de duelo.
Otra
vez, en mi cabeza,
las
preguntas se apretujan
y
en mi frente se dibujan,
signos
de clara tibieza.
De
nuevo, cual soliloquio
pregunto
a Dios, al destino,
pues
yo pienso, yo opino,
que
esto es más... un circunloquio.
¿Por
qué yo? me escudriño
¿Por
qué no otro más digno?
¿Por
qué me das este signo,
tan
hermoso, de cariño?
¿Por
qué me pones al frente
de
tu ganado y enseres?
¡Está
claro que me quieres!
¡No
te dejaré pendiente!
Estaré,
siempre, dispuesto
a
subir a la montaña,
con
el ganado o cabaña
y
así, aquí... lo manifiesto.Presentado al Concurso Editorial Zenú, 2014. (Colombia)
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