Te levantas y desayunas. Es un lunes normal;
en sí ya un poco puñetero, por el mero hecho de ser lunes; pero nada más.
Empiezas a desperezarte con el primer
brochazo, si eres un clásico, de los pelos rebozados en espuma que, con calma, empiezas
a maquillar sobre tu cara. Entreabres un ojo, por aquello de la perspectiva en
el espejo o porque, aunque pones voluntad, el cuerpo todavía te transmite
sensaciones de querer volver a tu, aún, cálida cama. Es febrero.
Das una pasada, otra; giras la cabeza y cuando
vas a aplicar la cuchilla en el cuello,
algo te frena en seco; y piensas o exclamas: ¡Un bulto!... Y sigues.
Cuando sales duchado y hecho un pincel, dices
a tu mujer, el descubrimiento. Lo mira, lo palpa y te comenta: "Seguro que
es un ganglio inflamado; después de la faringitis de la semana pasada..."
¡Bien, perfecto! Es lo que esperaba oír; es lo que quería oír.
Y agrega, que para eso es profesional de la
sanidad: "No obstante, mañana, tienes hora en el maxilofacial,
coméntaselo".
Y a la hora en punto, a las cinco, como las
corridas de toros, entraba yo en la consulta, francamente, sin haberme vuelto a
acordar, para nada, del bultito. Me inspeccionó de "lo suyo" y, al
final, preguntó, solícito, si tenía alguna cosa más.
Se me vino a la cabeza el lobanillo por
casualidad, seguido de un "aunque no te corresponde a tu
especialidad"; lo que no debí de decir, pues el galeno, cultivador de la
Medicina Preventiva, como Dios manda, enseguida empezó a toquetear y fisgar,
cuanto quiso, mi ganglio. Y decidió: "No te voy a citar ni al
especialista; ganamos tiempo, aunque no será nada, mandándote hacer una
punción, para quedarnos tranquilos".
La punción no es agradable francamente, pero
vas como en caliente, creyendo que , lo más probable, sea afán de ser amable,
el médico no residente.
Permitidme el chascarrillo; que es una manera
alegre de ver que la vida es breve, mientras catas un carajillo.
Siguiendo el caso, la prueba, dio como
resultado que la "cosa era del tiroides; un carcinoma seguido de una retahíla
de doctas palabras que unos conoceréis de sobra y otros no, pero ¿para qué
repetirlas, verdad?
Tuve suerte. Los zascandileos de mi mujer y
adláteres, por salas y consultas, y
amigos de batas blancas, hicieron que me sintiera un algodón de feria pues,
hasta ese momento, el ego sale de dentro, y miras al resto del mundo diciendo:
¡mírame bien, compañero! a quien está, en su cola, prisionero ¡Ésta Corte
Celestial que llevo, aquí detrás, me va a salvar de ese mal!
Como si por llevar más, el bicho, se arrugara
y decidiera mudarse a otra parte, en vista del contingente de choque.
Era el tiroides, traidor, el que no me había
dado guerra en mi vida y, de tapadillo, quiso ser el protagonista del resto de
mi vida....
T4 extravasado. Uno, que conoce un poco el
ambiente militar, se queda pensando, cuando te lo comunican, en qué lugar del
reglamento se encontraba esa orden. También, un poco más relajado, te planteas
si, ese cuadro, existía en el Juego de los Barcos de la adolescencia. T-4
Extravasado, ¡tocado!.
El caso es que, entre el dulzor de los que te
lo intentan explicar y la realidad, que suele ir por otros derroteros, te vas
enterando de lo que eso significa.
Seguía en Jauja, no es broma. Tenía toda una
autopista de médicos o enfermeros que aunque me dieron suficientes pistas para
que mi cabeza lo interpretara, la palabra ¡blasfemos! era la que más se repetía
en mi interior; no queriendo entender la vida, ¿la vida que se me iba?
Operación ligerita. Tiroides a la basura. Sólo
ella, la “ganglionada”, quedó en mi cuello adosada, por no sé qué decisión,
entre un galeno simplón y un cirujano a la carta, que quita lo que le dicen, y
lo demás, lo descarta.
Me dieron lo que debían: Medicina Nuclear, que
¡bendita suerte, la mía!" Todo el mundo me decía, pues es la mejor terapia
para combatir la rabia del látigo que me hería.
Entré al "Convento" tres veces, con
espíritu animoso, pues es mejor ir de buenas que cabreado al foso; o
"cámara de los horrores", bautizada por mi gente; no es para tanto,
creedme; aislado, te preocupas como en retiro de monjes, poner tu cabeza en
orden, y, si tienes fe, ¡qué suerte!, le miras y te encomiendas, preguntándole,
con mimo, si es el final del camino, que te abrace fuerte....fuerte.
Pero el ser humano lucha con impronta según
nace y combate cuerpo a cuerpo, en el
único debate que debiera prodigarse a lo largo de una vida, en lugar de
enfrentarse, con el vecino de arriba.
Tras tres retiros "forzosos", de
ejercicios espirituales, me hacen la prueba y sale que nunca ha surtido efecto
la pastillita de marras, que me tomaba con ganas; pipeta en boca y...¡adentro!.
Ante noticia tan triste, fuera de lugar según,
mi esquema particular de lo que "tú me dijiste", médico malo, de
chiste; si no fuera que es verdad que fue la mejor persona que me trató en esa
zona que se llama nuclear.
Añado, sin ningún recato, que a la doctora
destaco como cabeza emergente de su equipo, de su gente.
Habréis notado
lectores, si es que hay alguno leyendo,
que quizá, en el comienzo, de este relato, en el lienzo de papel, en
sucio cuadriculado,
estaba un poco más serio, sin lugar, el propio
tedio de una tarde de verano.
Prosigamos la
secuencia de una enfermedad, cualquiera, si no fuera porque esta es mía,
muy mía y no la de la portera; ni yo así se lo deseo que cada cual lidie el
toro asignado a su faena; hay que bajar a la arena y darle pases de arte, o al
menos con cierto decoro.
Nos quedamos boquiabiertos. No reaccionamos.
No era posible. Todo estaba bien atado, todo era tan factible...
El endocrino de turno, leyó su sentencia
exacta, como quien dicta una carta, deprisa, con impaciencia. Se le notó, por
su parte, que quizás debió decir al cirujano, que el corte, no se quedara muy
corto, que debería llevarse esos ganglios adyacentes, que ya que hay que abrir
en canal, es mejor sólo una vez, por el bien de este paciente.
El caso, es que sentenció que:"nada se
puede hacer", que me parece muy bien si ese es su proceder; pero
"mi" chica nuclear, nada más oír lo dicho, cogió su móvil y le dijo,
lo que le vino a capricho.
Dos días más tarde, dos, nos citaba un
endocrino, casi, casi de felpudo; ofreciéndonos equipos para remediar el fallo,
no reconocido, claro, ese...el que otro tuvo, nunca el suyo... pues la culpa no
es de uno.
Y no creyéndole, escogí a mis amigos leales,
aquellos maxilofaciales, anduvieron en mi cuello; me dejaron sin resuello, siete horas, siete,
cabales, para vaciarme "bello", el tubo que une cabeza al resto llamado
cuerpo.
Fue duro ¿por qué negarlo? Aquí no puedo
engañar a nadie, pues sabéis como ninguno que lo peor no es el tubo que, con
suerte, convaleces sólo de la operación suscrita, con rehabilitación adscrita,
fueron ocho...ocho meses.
Hasta entonces trabajé de manera cotidiana; un
"grano", no tiene por qué, quitarte la vida diaria; es más, te viene
muy bien estar metido en las cuitas que tu profesión fabrica, casi todas las
mañanas.
Pasaron, pues, ocho meses; descansé, ¿estaría
cansado?, y me incorporé al trabajo justo después del verano. La vida me
sonreía; los ganglios, antes pegados y de bichito impregnados quedaban en aquél
cubo de quirófano fregado. Lo cuento, después de haber desvelado, lo que luego,
unos meses, revelaron los cuidados de unos gráficos con "eses"; que el bicho, erre que erre, me tenía tanto
apego, que no se iba de mí, por no hacerme casi un feo.
Y abandoné la nuclear; no era la solución ¡qué
tedio!, tener que volver a empezar; pero con qué: ¿hay remedio?
La "quimio" tradicional, por
adelantado el campo, hacía una
eternidad que no se aplicaba tanto; en
tiroides me refiero; pues el resultado bueno, lo daba la nuclear.
Solución, casi partita, hablamos de entrar en
proyecto, proyecto de "pastillita", cuatro grageas al día,
seguramente podrán, al bicho parapetar en su trinchera, que es mía, pero al
menos, evitar que algunos ganglios "mamones", que ocupaban los
pulmones, se pudieran atajar.
Y así empecé en tratamiento; con tranquilidad,
con tiento, pues cuando ya peinas canas, aunque sea en la barbilla, al levantar
las mañanas, sopesas más esta vida.
Poco a poco conocí, que la medicina mata;
parece al decirse así, temeridad tanto innata, pero es la verdad ¡puñeta!, que
poco a poco parecía ser movido por hilos de marioneta.
La cosa iba a peor; no me tenía sentado,
parecía que la silla, en la misma rabadilla, un golpe me hubiera dado y allí,
sobre ella estuviera como mi cuerpo pudiera, más bien desparramado, que,
correctamente, urbano.
Todo esto consultado en las más altas esferas,
que media familia es, por no deciros que entera, médicos o enfermeras.
Quiero con esto decir, que las mejores cabezas
de la profesión en ciernes, me visitaban ahora, mañana o el viernes para
controlar el ritmo del bichito éste, en ciernes.
Tenían ya muchas dudas; o por decirlo más
duro, no daban por mí un duro; aunque no se daban cuenta que el sistema
monetario, había cambiado "ha tiempo" y ahora había "euros"
¡Seis meses, van y me dicen! como previsión, oiga, por favor, maticen, que no
quiero un subidón.
Bajan, con tiento, la dosis a tres pastillas
al día, mejoro con alegría, pero casi flor de un día; no me mantengo dinámico;
hago el trabajo automático, como si fuera un neumático, bajo de presión o
flácido.
Me mandan ya para casa; es cuestión de coger
la baja y esperar acontecimientos; bajan a dos "de alimento", para
ver qué ésta vez pasa.
Tengo que manifestar, que con este tratamiento
en tiroides aplicado, soy todo un experimento y, aunque hoy ya jubilado, me
mantengo alborozado gracias a Dios y a mi médico que, investiga, con mi cuerpo,
lo que les darán a otros que aplique el medicamento.
Yo, por las mañanas miro, al de enfrente, al
del espejo, si la barba o el bigote son los míos o, si casualmente, me apetece,
últimamente, comer mucho más un queso.
Cierto atisbo de roedor, se presenta en mi
cabeza, pues no deja de ser un valor, valor de laboratorio, asemejarse a un
ratón, como es el caso notorio.
El caso es que esos seis meses, se dilataron
en tiempo, lo digo como lo siento, que me alegro enormemente, pues así... sí,
sí, esa gente, en la que prueban conmigo, tendrán un mejor camino aunque no
puedan beberse un vasito de "bon vino", como declaró Berceo en sus
"Miraclos Marianos". ¡Vaya cita que he puesto, con esta cita, el
texto, queda como mucho más apuesto!
Aquí sigo; así os lo Digo, por Él que ha sí ha
decidido. No hay ejemplo para nadie, es, lo que quiero que crean los lectores,
si ahí siguen; y si así lo decidieran se puede vivir con bicho, con vigor y con
paciencia; habrá momentos groseros, maleducados, rastreros; pero bien vale vivirlos,
sin acritud, con sosiego.
Habrá días muy perrunos, casi siempre
inoportunos; cuando creamos que estamos como casi macanudos y ¡zas! la suerte se parte y esa reunión, ese cante planeado con
cuidado, se esfuma, como de ahí mismito, delante, al tocarle con los dedos.
Hay que volver al camino y rodear la mirada;
con ella, descubriremos que hay bastantes Cirineos para ayudar a llevarla, la
enfermedad, se entiende, aunque los que creen en Dios, la asimilan a una cruz
que hay que izar o arrastrar, pero llevar a buen puerto.
Calidad de vida tiene, y seguro es la que
quiere, con obscena cerrazón, el que decide vivirlo y, poco a poco, exprimirlo,
dentro de su corazón.
Familia, amigos doctores, trabajad vuestras
labores y, cuando la soga estire y se deshilache entera, tener la certeza
"vera", de que este su paciente, siente mucho respeto al trabajo del
docente y, comprenderá, cual caballero andante, que su amigo Rocinante, no
pueda seguirle al lecho.
Moriré, moriré como un anciano, que a eso se aspira ahora, ahora y
en los romanos, que, cualquiera deseamos dormir y no despertarnos.
Un abrazo a los que logren llegar al final del
trazo.
Presentado al Certamen de Relatos “Cáncer y Calidad de Vida", 2014. GIAFyS,
Grupo de Investigación en Actividad Física y Salud
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