.."La ciudad despertó , lentamente, con legañas
en las ventanas. Sus habitantes tardaron un poco más en bajar de la cama y lo
hicieron con la típica crisis de cerebro matutina. Todo parecía correctamente
cotidiano y habría sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser por..."
un lametazo que recibí en plena cara y que me llegó al alma.
Yo estaba
siendo, hasta ese momento, de los seres de este planeta que más estaba tardando
en tirarse de la cama ¡Se estaba tan bien! Aquél día, oscuro y frío de febrero,
invitaba, sin lugar a dudas, a no querer enfrentarse a la realidad que me
esperaba al otro lado de la puerta de mi dormitorio. Y en esas estaba cuando
sentí la pringosa lengua, como una sábana de ancha, en plena jeta, sin respetar ni un ápice,
orificios o depresiones; por lo que, como es natural, las pringosas babas
camparon a su gusto.
¡Trankos!
¡Joder! ¡Puaaaffff, qué asco!
Al mismo
tiempo, algo sacudió la cama con violencia. Ochenta kilos de carne habían
decidido despertarme a toda costa. Y se desparramó sobre mí, con su boca
entreabierta a medio palmo de mi cara, la cabezota inclinada de lado y una
mirada expectante ante mi reacción.
El rabo,
marcaba, como si de las escobillas del parabrisas de un coche se tratara, casi
medio círculo sobre la colcha de mi cama, sacudiendo con fuerza mis piernas en
cada pasada.
Sobrepuesto
de la primera impresión y una vez achicadas las babas como buenamente pude de
mi cara, entreabrí mi ojo derecho y contemplé la grotesca figura que mantenía
su posición sobre mí ¿Quién era capaz de reñir a tan singular figura?
¡Imposible!
Saqué
mis brazos de debajo de las sábanas y rodeé su cuello grande y peludo. Desplomó
su cabeza sobre la mía propinándome un suculento porrazo con suerte de que el
golpe no me rompiera la nariz. No tenía mala intención, tan sólo no podía
contener los nervios cuando le entraban ganas de jugar o, simplemente, de que
se le hiciera caso.
Quería
jugar, no había duda. Y lo demostró como sólo sabía hacerlo un mastín; con
rudeza noble; sus movimientos juguetones eran toscos pero llenos de ternura
como la que todo ser tiene cuando se siente superior; marcaba sus mordiscos
como quien marca los golpes de una exhibición de kárate, como diciéndome: esta
es la postura que tomaría si tuviera que defenderte.
Y
una vez hecho eso, lamía y lamía mi cara con su imponente lengua parecida a una
lija. Casi era preferible recibir una pequeña dentellada que sufrir ese
"rebaje" de cara por su lengua.
Fue
un despertar más de los muchos que me dio durante su dilatada vida. Fue una
situación más de las que hizo que, cada día, fuera distinto con sus muestras de
cariño. Parece una tontería ¿verdad? Quizás, algún lector haya experimentado
esa sensación. La que, gracias a ellos, traspasábamos la puerta, cada día, de
nuestra habitación con un "chute" de cariño desinteresado que nos
permitía hacernos cargo de las preocupaciones diarias con mayor fuerza y
optimismo ¡Gracias, Trankos!
Presentado al II Certamen Literario El Secreter, 2014. Agüimes (Las Palmas de Gran Canaria)
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