Queridos niños, esto es un cuento, que cuenta,
como lo hacen los cuentos, una historia pasada que empieza "Había una
vez..."
Pero me estoy adelantando pequeños; me
olvidaba, que vosotros no sabéis lo que es un cuento porque, entre otras cosas,
mi generación no os los ha enseñado por comodidad, por desidia, por
cansancio...
Volvíamos del trabajo agotados y, preferimos,
en lugar de estar con vosotros, abandonaros en los brazos de la televisión, del
vídeo y, más tarde, de los videojuegos y ordenadores.
Sin duda. os hicimos más
"despiertos", por los estímulos que, los videojuegos, enviaban a
vuestros pequeños cerebros; eso, al menos, nos cuentas los sabios ahora y que,
parece, que pueda ser una esperanza, a años vista, para que no os visite tan
tenazmente, el "Señor Alzheimer"; ese vuestro infantil "hombre
del saco" que vuelve a visitarnos cuando nos hacemos mayores y esta vez,
se lleva en su bolsa nuestras memorias, dejándonos vacíos.
Pero no es disculpa. Entonces no lo sabíamos y
os dejamos. No os dedicamos "vuestro" tiempo. Me explicaré:
"Había una vez..." un niño que nació en una familia corriente de
una sociedad corriente y en una época corriente
para entonces, claro.
Y ese niño, desde pequeño tuvo la suerte de
que sus padres y la única abuela que llegó a conocer, le acostumbraran a no
dormirse sin antes haber escuchado una historia, muchas, que trataban desde
casitas de chocolate o caramelo a dragones y brujas, pasando por ratoncillos,
cisnes, princesas o caballeros andantes
que "desfacían entuertos" y que tardó algunos años más en descubrir
lo que aquella frase significaba; niños traviesos o, simplemente, relatos para
aquél niño anónimos, cuyos "cuentacuentos" se encargaban de edulcorar con maestría para
que, además, ejercieran el efecto relajante que debían y, al pequeño, le
llegara el sueño.
No siempre desembarcaba, Morfeo, cuando sus
padres lo deseaban; no, y, más de una vez, tuvieron que turnarse enlazando con
otro episodio como si de una carrera de relevos se tratara.
Mientras, en la cama de al lado, dos ojitos
marrones se mantenían fijamente clavados en los autores de aquella pequeña
representación escénica. Era su hermanita, quien succionaba, con fruición un
chupete de goma color caramelo, mientras
retorcía un mechón de su cabello sobre el dedo índice de su manita derecha.
Le adentraron en un mundo de fantasía y a
descubrir que, en esta vida, casi ninguna manzana está envenenada, que la
verruga en la prominente nariz de la
bruja es ese lunar precioso que tiene la princesita cuando al final del
cuento, se transforma; que muchas
piedras del camino de la vida, bajo las
sábanas, intentan asemejarse a aristados guijarros, cuando en realidad son sólo
riquísimos guisantes...
Son cuentos que nos estremecen de pequeños y
que luego, de mayores, les extraemos su jugo a modo de moraleja o, cuando
menos, nos han dejado metido en nuestro
cuerpo un gusanillo para que el hecho de alargar unas manitas y coger un libro
nos resulte un poquito más fácil.
Un cuento, queridos niños, que estáis obligados
a leéroslo y aprender de prisa, con prestancia para que no haya otra generación
perdida sólo entre naves del futuro cargadas de rayos láser.
No, no están mal esos nuevos juegos; me
confiesan que a algún viejales, le gustan; pero con nostalgia, sigue recordando
aquellos "Había una vez..." que fluían, cada noche, de unos labios
muy queridos...
Presentado al VIII Concurso Internacional "Angel Ganivet". Finlandia
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