viernes, 28 de noviembre de 2014

El pequeño con suerte



Queridos niños, esto es un cuento, que cuenta, como lo hacen los cuentos, una historia pasada que empieza "Había una vez..."
Pero me estoy adelantando pequeños; me olvidaba, que vosotros no sabéis lo que es un cuento porque, entre otras cosas, mi generación no os los ha enseñado por comodidad, por desidia, por cansancio...
Volvíamos del trabajo agotados y, preferimos, en lugar de estar con vosotros, abandonaros en los brazos de la televisión, del vídeo y, más tarde, de los videojuegos y ordenadores.
Sin duda. os hicimos más "despiertos", por los estímulos que, los videojuegos, enviaban a vuestros pequeños cerebros; eso, al menos, nos cuentas los sabios ahora y que, parece, que pueda ser una esperanza, a años vista, para que no os visite tan tenazmente, el "Señor Alzheimer"; ese vuestro infantil "hombre del saco" que vuelve a visitarnos cuando nos hacemos mayores y esta vez, se lleva en su bolsa nuestras memorias, dejándonos vacíos.
Pero no es disculpa. Entonces no lo sabíamos y os dejamos. No os dedicamos "vuestro" tiempo. Me explicaré:
"Había una vez..."  un niño que nació en una familia corriente de una sociedad corriente y en una época corriente  para entonces, claro.
Y ese niño, desde pequeño tuvo la suerte de que sus padres y la única abuela que llegó a conocer, le acostumbraran a no dormirse sin antes haber escuchado una historia, muchas, que trataban desde casitas de chocolate o caramelo a dragones y brujas, pasando por ratoncillos, cisnes,  princesas o caballeros andantes que "desfacían entuertos" y que tardó algunos años más en descubrir lo que aquella frase significaba; niños traviesos o, simplemente, relatos para aquél niño anónimos, cuyos "cuentacuentos"  se encargaban de edulcorar con maestría para que, además, ejercieran el efecto relajante que debían y, al pequeño, le llegara el sueño.
No siempre desembarcaba, Morfeo, cuando sus padres lo deseaban; no, y, más de una vez, tuvieron que turnarse enlazando con otro episodio como si de una carrera de relevos se tratara.
Mientras, en la cama de al lado, dos ojitos marrones se mantenían fijamente clavados en los autores de aquella pequeña representación escénica. Era su hermanita, quien succionaba, con fruición un chupete de goma color caramelo,  mientras retorcía un mechón de su cabello sobre el dedo índice de su manita derecha.
Le adentraron en un mundo de fantasía y a descubrir que, en esta vida, casi ninguna manzana está envenenada, que la verruga  en la prominente nariz de la bruja es ese lunar precioso que tiene la princesita cuando al final del cuento,  se transforma; que muchas piedras del camino de la vida,  bajo las sábanas, intentan asemejarse a aristados guijarros, cuando en realidad son sólo riquísimos guisantes...
Son cuentos que nos estremecen de pequeños y que luego, de mayores, les extraemos su jugo a modo de moraleja o, cuando menos,  nos han dejado metido en nuestro cuerpo un gusanillo para que el hecho de alargar unas manitas y coger un libro nos resulte un poquito más fácil.
Un cuento, queridos niños, que estáis obligados a leéroslo y aprender de prisa, con prestancia para que no haya otra generación perdida sólo entre naves del futuro cargadas de rayos láser.

No, no están mal esos nuevos juegos; me confiesan que a algún viejales, le gustan; pero con nostalgia, sigue recordando aquellos "Había una vez..." que fluían, cada noche, de unos labios muy queridos...


Presentado al VIII Concurso Internacional  "Angel Ganivet". Finlandia

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