¡Qué difícil resulta esto de escribir! Todas
son esperanzas infantiles cuando tomas la decisión de trazar unos garabatos en
una hoja inmaculada que mira con muchos remilgos a tu idea; no sea, que
emborrones su virginal apariencia con palabras mal escritas, ideas mal
expresadas o, simplemente, con letras mal dispuestas o poco caligráficas.
Sobrepasada la primera euforia de
"escritor", tomas con diligencia, la pluma y ¡zás! es en ese preciso
momento cuando, desesperadamente, buscas en los archivos de la cabeza, temas de
los que poder escribir... y no encuentras ninguno. De momento, no cunde el
pánico. Te sosiegas. Estás tranquilo... "ya se me vendrá algo a la
cabeza".
Pasa el tiempo. Nada. Tamborileas la pluma,
levemente, sobre el papel. Decisión errónea; acabas de manchar el virginal
folio con un "chapón" de tinta. Nervios. "¡Maldita sea, y encima
esto!".
Consigues dominar tu incipiente estado de
desesperación, obligando a tus labios a forzar una sonrisa, un tanto
bobalicona, cuya traducción para tí mismo, pues nadie te mira, viene a decirte
"tranquilo... no vas a encontrar temas...¡nunca faltan! Si, según venía
hacia casa se me han ocurrido, en unos ocho o diez metros, infinidad de
ellos... trataban sobre... ¡Dios mío! ¿Sobre qué trataban? ¡No es posible que
se me hayan escapado del cajón de las ideas!
Entonces llamas a gritos a las Musas, para que
acudan solícitas, como a toque de corneta cuartelera, y te saquen del
atolladero. y no vienen, o sí, pero no te hablan. Permanecen mudas cual
espectros que te rodean y se limitan, tan sólo, a observarte.
Seguramente, estarán valorando si merece o no
la pena, insuflarte un tema con el que poder garabatear un folio.
Son caprichosas. Deciden, como quien lanza
unos dados al aire en un juego de azar. No miran condición o habilidades del
escritor; simplemente, dan su beneplácito a tus manos para que expresen, con o
sin talento, ideas o pensamientos que quedarán reflejados, para siempre, en ese
folio pijo, el que no quería que se le manchase con signos jeroglíficos y que,
ahora, al cabo de un efímero y simple espacio de tiempo, embadurnado de tinta,
puede pasar a formar parte de las mejores páginas escritas de la Historia o,
como en mi caso la mayor parte de las veces, en el estómago de una de mis
mejores amigas, la papelera de mi escritorio; a la que nutro, abundantemente,
con "bolas" de papel.
Como la vanidad preside nuestros actos
humanos, siempre "libero" un escrito de ser fagocitado por la
papelera. No deja de haber sido pergeñado por mi cabeza y , eso, para mí
cuenta.
Seguiré reclamando a las Musas su iluminación.
Presentado al XIV
CONCURSO DE RELATOS CORTOS LEOPOLDO ALAS CLARÍN, 2014. Sociedad Cultural Recreativa (SCR) Clarín de Quintes (Asturias).
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