lunes, 30 de marzo de 2015

¿Ingenuidad?



No sabía lo que había pasado. No lograba recordar absolutamente nada. Era consciente de que se encontraba atado sobre una especie de camilla tumbado y bajo un molesto y sofocante haz de luz que le impedía abrir los ojos para intentar ver lo que sucedía a su alrededor.
Bajaron, quien fuera, un poco la fuerza de aquel faro; lo suficiente como para que una vez que su vista se pudo adecuar un poco a la nueva situación, lograra atisbar un par de bultos movientes que no parecían humanos, observándole.
Uno de ellos, le hablaba; mejor dicho, sentía que le hablaba, pero en su cara no se notaba ningún rasgo de ella en movimiento que la delatara. Y sin embargo, el oía voces, inteligibles, dentro de su cabeza. Al cabo de unos instantes de incertidumbre se dio cuenta de que se ponía en contacto con él telepáticamente.
No había castigo físico, salvo naturalmente, el descomunal foco que había tenido hasta hacía unos momentos sobre sus ojos. Pero notaba una presión, muy intensa, en el interior de su cabeza, en las sienes.
Poco a poco, fue serenándose; con una tranquilidad falsa, fingida, ésa que nuestro organismo derrama sobre todo nuestro cuerpo y que resulta ser una protección que nos impide sufrir mucho más de un límite..
Una batería de preguntas eran recibidas, constantemente, en el centro neurálgico informativo de su cerebro; en el tálamo; y, éste, contestaba automáticamente; casi saltándose las órdenes previas que debería de recibir para acometer tal acción; era como si, el tálamo, hubiera recibido un chute de pentotal; como si no tuviera reacción de resistencia.
Mientras tomaba consciencia de estas "conversaciones", se percató de que se había quedado a solas, en aquella especie de habitación, con su interlocutor; la segunda figura había desaparecido.
Con el paso de los minutos se había ido relajando. La situación estaba lejos de poder ser controlada; pero a la vez que se entrevistaba con aquella sombra, la luz estaba dispuesta tras ella, notaba como si un analgésico actuara , a la par, en su organismo. Como si estuviera sedado.
¿Estaba prisionero? En ese preciso instante, tuvo la certeza de que no lo estaba. En algún momento, había sido liberado de sus ligaduras y...levantado de aquella camilla... ¿Pero cuándo? No tenía consciencia de haber vivido esa circunstancia.
La realidad, del momento, le decía que se encontraba sentado frente a una silueta con cierta similitud a la humana y que le hacía preguntas al más puro estilo de un interrogatorios, aunque sin violencia.
¿Realmente le hacía preguntas?  Le costó un rato comprender que él no contestaba; lo que hacía aquél ser era extraer las respuestas desde su propio intelecto.
No pudo decir el tiempo que dedicó su "interlocutor" a sonsacarle la información que él consideró oportuna. Tampoco recordó ninguno de los temas sobre los que se le  interrogó; pero sí que hubo un punto de inflexión en su investigación y es en el momento que empezó a ser consciente de lo que él le pregunta y, vía telepática, le contestaba o, para ser más exactos, le extraía.
El tiempo esa etapa transcurrida por nuestra sensibilidad externa, según Kant, se le había convertido en algo inmensurable; se le había escapado de las manos y de la consciencia durante el rato que mantuvo aquella "entrevista" con aquellos seres...quienes fueran.
Y en esa diatriba interna se encontraba enfrascado, cuando se percató de que se había quedado, en aquella inhóspita habitación, completamente sólo. Notaba la ausencia total de cualquier ser ajeno a sí mismo.
Permaneció sentado; aunque percibió que muy cerca de su espalda tenía una pared. Alargo, a tientas, su mano buscando la posibilidad, no sin mucha convicción, de encontrar un interruptor que pudiera aportarle algo de luz en el más amplio sentido de la palabra.
Y lo encontró. Lo pulsó y, con gran asombro, descubrió que la angosta y rara habitación que  hacía unos momentos, no sabía cuántos, así se le había presentado, no era más que la del Hotel que , la noche anterior, había reservado para la Convención Anual de Ufología.
Sudoroso se acercó a la ventana de aquél amanecer , ya cálido de junio. Miró al cielo que tantas veces había observado y vio como un objeto describía una órbita rápida dejando un atisbo de estela tras de sí.

Se le heló la sangre. La razón, rápida para explicar lo no explicable, le comunicó que, simplemente, acababa de presenciar un avistamiento de una estrella fugaz.


Presentado al I Certamen de Relato Corto de Ciencia Ficción Literatron. Editorial “elelectrobardo.com”.

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