Paseaba como un Miura por los cuatro metros cuadrados un poco
largos de su habitación. No paraba de fumar; sí, era fumadora
"social", así se autodefinía para cobijarse algo ante las miradas de
la gente; era una manera de agarrarse a un clavo ardiendo.
Pero esa tarde podía ser en la que más justificada estuviera
su debilidad.
No paraba de dar vueltas en su cabeza lo atolondrado que era
Enrique, el causante de su humor, de sus nervios y del constante "fumequeo" que se traía desde hacía
un buen rato.
¡Cómo era posible, que con las directas e indirectas que, por
activa y por pasiva le enviaba constantemente, él no diera ni el más ligero
síntoma de los sentimientos que ella le tenía!. ¡Estaba indignada, con Enrique
y con ella mismas! ¿Tan poco valía para que él no se hubiera fijado en ella?.
¡Estos hombres son idiotas! Ya puedes ponerlos delante de sus
narices una invitación de boda con su nombre, que te preguntarán , con mirada
despistada y ¿quién es el que se casa?
Y mira que me pongo modelitos para que se fije. Y que nos
paseamos , en los escasos encuentros de trabajo, por delante de joyerías y
tiendas de novias; pero él, impertérrito, siempre dice que la novia de tal
amigo se vistió así o esa joya se parece a una de mi madre.... ¡Panoli!
Y cada vez que alguien de la empresa se casa siempre
encuentro la ocasión de recordárselo y de que
debemos de asistir a la ceremonia y que ya tenían edad para hacerlo y
que qué suerte, que pronto les vendrán niños y...y... ¡nada! ¡Encefalograma
plano!
Tengo los nervios deshechos ¿Cómo no voy a fumar? ¡Y en pipa!
¡Ay! Por qué me he tenido que enamorar de una persona con
sangre de horchata...
Llamaron al timbre de la casa. Salió de su habitación medio
apagando el cigarrillo en un cenicero que pedía a gritos auxilio por la
cantidad de colillas que llevaba en su vientre.
Abrió la puerta y un educado repartidor le tendió un hermoso
ramo de rosas y un discreto paquete, primorosamente, decorado.
Le dio una propina. Cerró la puerta y leyó la escueta misiva
que se encontraba dentro del ramo: ¿Te quieres casar conmigo?. Cayó
desfallecida en el sillón que había junto a ella. Le vino la calma y la
compostura de golpe.
Se preguntó qué motivo tenía para haber dudado de las
intenciones de Enrique. ¡Si estaban clarísimas, desde el principio! ¡Anda que
no se notaban!. Y se dispuso a acicalarse para acudir a la cita en el lugar
acostumbrado ¡Qué tonterías se llegan a pensar!
Presentado al II Certamen Literario de Relato Corto Un Cuarto Propio. Ayuntamiento
de Gerena. (Sevilla)
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