lunes, 16 de marzo de 2015

Entre celajes



Curiosamente cuando la edad, esa compañera fiel, pasa de darte vitalidad a, poco a poco, rebajarla hasta el final que es su propia muerte; en nuestro interior, nuestra cabeza, reverberan los acontecimientos más recónditos de nuestra mente y los sube a un primer plano; de tal punto, que sin ni tan siquiera cerrar los ojos, nos parece que podríamos estar viviendo tal o cual escena en ese momento.
Hemos pues tenido, durante años, una extraña niebla sobre nuestra niñez y juventud; es como si nuestra razón hubiera hecho una copia de seguridad de esos recuerdos y la hubiera almacenado en un rincón de nuestro disco duro particular. Hay quien dice que es un mecanismo de autodefensa del cuerpo-mente del ser humano para dejar sitio al devenir diario, repleto de información; repleto de vivencias que se convierten en recuerdos en el  instante siguiente.
Y esas neblinas, cual brumas norteñas, van y vienen ocupando zonas a su antojo; no vale de nada intentar recordar alguna anécdota si, en ese instante, la neblina se ha desperdigado por nuestra memoria impidiendo que traspase con sus cálidos rayos el sol; hay que armarse de paciencia y esperar....el refrán, axioma filosófico popular, nos dice que:  "mañanas de niebla, tardes de paseo" y es la mejor medida para actuar en esas ocasiones; la paciencia. Esa virtud tan olvidada ante la vorágine  de la vida de estos tiempos que corren.
Y así, de repente, se despliegan las cortinillas de nuestro pequeño teatro de marionetas y nos acordamos, vívidamente, de estar de pie junto a una cuna de la cual sobrepasa con esfuerzo tu cabeza, contemplando a un ser pequeño, llorón a ratos, a muchos ratos, que te mira con unos grandes ojos como platos llanos de una vajilla de "La Cartuja", fijamente y preguntándose qué será esa cosa que está invadiendo, de esa manera, mi intimidad "cunil", si se me permite, mientras lameteo con lujuria, mi chupete.
Y emergen imágenes perdidas en el tiempo, como llegan las algas de los fondos marinos tras una marea fuerte; deshilachadas, hechas girones , a la playa de nuestra memoria. Y recreas secuencias  que saltan como los flash de una cámara fotográfica: dos perros, unas tapias de casa molinera, la higuera, el pozo, una iglesia, la romería... lo has vivido ayer y ahora  resulta que han pasado cincuenta tantos años...
Aquella canción muy de moda en  los setenta comenzaba:  "Volver la vista atrás es bueno, a veces...". Sinceramente pienso que siempre lo es; si ello conlleva pasar el "tipes "  a nuestra conducta y no volver a caer en las mismas "faltas gramaticales". Recordar lleva implícito evocar momentos duros de nuestras vidas; no hay una preselección de imágenes en la que tras un "corta y pega" nos podamos queda con las que satisfagan nuestro ego o, simplemente, nos den placer, en el ámbito más general de la palabra. Lo que ocurre es que, nuestras neblinas, no siempre nos permiten acceder a esa base de datos registrada en nuestros cerebros;  hay veces que es un puro capricho; hoy te dejo, mañana no, luego, Dios dirá.
Y siguen las amnesias temporales con las que nuestro cuerpo organiza, de manera magistral, la selección, muchas veces no controlada conscientemente por nosotros, de los fotogramas que pasarán al archivo de nuestra historia; la particular de cada uno.
Es una perfecta cámara de diapositivas que, a las órdenes de aquél ¡clip! tan característico,  condensa una selección de momentos y los proyecta en una frente extra corpórea, extra dimensional reviviendo unos actos de nuestra lejana infancia que, insisto, han permanecido dormidos en el tiempo. La "vida", te vuelve a dar la oportunidad  de sentir la emoción, buena o mala, de aquellas situaciones.
Y te aparecen furgonetas, baúles, buñuelos de viento, Cristo del Otero, carreteras estrechas, puertos de montaña que ya no lo son, Pantortillas de Reinosa, curvas recalcitrantes, montañas, verde, más verde, lluvia, densas humaredas químicas escupidas desde grandes chimeneas de fábricas, olor acre característico, más curvas, espacios abiertos, azul, olor a vaca, más azul... ¡el mar!... están recreándote, bajo licencia, "condensadamente", los eternos viajes al lugar habitual de veraneo.
Y sientes, con regocijo, esas sensaciones  tan emotivas a la vez que nostálgicas y un poco tristes, cuando en las imágenes se filtran los rostros de los que ya no están; es la otra cara, eterna e inseparable, por el derecho a recordar.
Y aquí no vale, como en los antiguos vinilos, "darle la vuelta al disco"; si los recuerdos tienen el firme propósito de emerger, emergerán; lo único que hay que pedir a Dios es que los recuerdos que te visitan sean bellas melodías perfectamente audibles, en lugar de esas otras, por seguir en la cuerda de los discos, rayadas que, machaconamente, te repetían unos breves compases de las canciones; antesala, por cierto, de las composiciones, muy en boga hoy en día, de los "DJ's".
Nuestras cabezas, mentes, hay momentos que no se controlan; ocurre a la hora de percibir sensaciones en cualquier terreno emocional de nuestras vidas: amor, odio, ira, tristeza, alegría... da igual. La razón y el corazón a veces convergen; pero no siempre. Es por esto que recibimos notificaciones, muchas veces, contradictoras.
En nuestra "moviola" cerebral particular se comparten, lógicamente, esos mismos efectos; y es de ahí por lo que, en muchos momentos, no seamos los dueños selectivos de nuestros recuerdos o pensamientos.
Y la tendencia, con la edad, a recordar escenas remotas en el tiempo, pudiera ser una forma de mitigar la sensación de soledad que produce el hecho simple de envejecer; a eso, cada uno, le echamos edulcorantes de muchos tipos. Uno de ellos puede ser, lo es, la fe propia de cada cual. La hacemos a nuestra medida, con lo cual puede ser la mejor vacuna contra esa especie de soledad interior añadida.
No soy médico, ni psiquiatra, para poder ahondar en términos  clínicos; ni, incluso, soy un sociólogo capaz de interpretar el comportamiento de un ser en sociedad en determinado arco estadístico por edades. Ni lo pretendo. Si quiero expresar lo que a mi, de una manera informal, me parece que nos puede ocurrir a cada uno de nosotros, indiscriminadamente en los casos más agudos y de una manera más generalizada en todos aquellos que vamos teniendo "cierta edad"; lo cual es un término bastante ambiguo dicho sea de paso.
Pero lo que sí es un hecho inexorable es que a medida que cumplimos años, los recuerdos del pasado más alejado, los podemos revivir con más detalle que, incluso, recordar la comida del día anterior ¿Cuál es la puerta que se abre o se cierra en nuestro cerebro para que se produzca tal situación? Lo desconozco; pero lo que es indudable, lo que no tiene "vuelta de hoja", como les gustaba repetir tanto a los profesores de mi juventud, es que una y otra vez saltan en nuestros cuartos oscuros las escenas de "mili", para los de mi quinta; las de colegios y universidades; las primeras aproximaciones al mundo de la política, no necesariamente con militancia; aquél primer beso; los bailes "agarraos" interminables de aquellos "guateques"; el día de la boda, lo que la rodeaba, porque en realidad, yo al menos, era lo más parecido a un zombi... no me enteraba de nada; cómo no el nacimiento de los hijos....uno de los momentos más sublimes del ser humano. La muerte. Rodeada de tanto misticismo casi  morboso en aquellos años. La de algún compañero, de niño, que te cuesta mucho entender; la de los abuelos, que no por ser mayores te dejaba de costar admitirlo, tíos...¡Tantas!
Las de los padres, cuando por ley natural tu ya estás más crecido, puedes afrontarlas un poco mejor; pero mi padre, tenía un dicho que era "¿A qué edad se deja de ser huérfano?"; como queriendo decir que no por madurar sufres menos por sus pérdidas.
La vida. Esa caja  de sorpresa cuyo lazo sale despedido, como si tuviera un resorte para asustarnos, cuando nacemos y cuyo destino tenemos que alcanzar como si de un laberinto se tratara; sabemos el final, pero hay que descubrir el mejor camino de cómo llegar a él.
Y queda lo más difícil; llegar a esa meta en la mejor de las disposiciones; y, otra vez, no está sólo en nuestras manos. La predisposición sí lo está; pero la edad de nuestros engranajes, por mucho que los hayamos entrenado, hace jugarretas y nos impide poder gozar, en plenitud, de esta última etapa terrena; cabe una alternativa, por supuesto, llenarte de ánimo y luchar; luchar, incluso, contra los elementos, como la "Escuadra Invencible"; pero esto no es el reino de "Jauja" y luchar es una carrera de fondo, monótona, lo que desgasta sobremanera.

Es por eso por lo que comenzaba este relato con el estribillo de aquella vieja canción, pues estoy convencido que una buena ayuda terapéutica la proporciona, siempre que  se pueda hacer, recordar. Recordar lo bueno y lo malo; el ser humano es un nido de sentimientos y todos ellos hacen sentirnos vivos; en definitiva, de lo que se trata.


Presentado al VII Certamen Literario de Relato Breve y Poesía. Los Incrédulos de Casablanca. Asociación Cultural “Los Incrédulos de Casablanca”. (Zaragoza).

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