lunes, 16 de marzo de 2015

La última luna


La vi, anoche. Me despedí de ella. Alfonsa se había ido. Era la última de una larga serie de representaciones llevadas a cabo durante el último año. Era su despedida; quizá la mía. Temblaba dentro de mis prismáticos y temblaba yo por la emoción.
Pude verla al fin; amplia, henchida; llena de vigor lunar, selenita; resplandeciente sin luz propia; portadora vocacional de la misma cual "oenegé" al servicio del astro sol.
Sus manchas, oscuras, parecían sonreírme desde las alturas, transmitiéndome su edad, secular... eterna...
La tuve un rato bien enfocada, coqueteando; danzarina en las lentes; queriéndose ir; invitándome a jugar al escondite; asomándose entre las bambalinas negras del universo; haciéndome guiños, nerviosos, entrecortados, como si de su primera función se tratara.
Temblaba. Ella y yo. Era el cierre oficial de su gira veraniega. Tardará en volverse a mostrar tan cercana, tan vidente y evidente, llena de resplandor.

No sé cuándo, científicamente, la tocará volver a representar, teatralmente, su proximidad física a nosotros; ni me importa... ayer la vi; extendí mi mano, insegura, hacia ella queriéndola tocar, y se escondió; me pareció distinguir un atisbo de rubor en su cara; seguro que también en la mía; y, en lo que para mí fue un abrir y cerrar de ojos, se marchó; se alejó hasta su órbita correcta; en la que debe de estar para seguir velando por nosotros noche tras noche; desde donde nos sirve para ser la musa inspiradora de escritos y poemas; desde donde se ofrece como confesora universal de nuestros pecados; desde donde está dispuesta escuchar nuestras alegría, penas o miserias. Desde allí arriba... donde es imposible alcanzarla.

Presentado al VI Certamen Literario I Centenario del Nacimiento de Alfonsa de la Torre. : Ayuntamiento de Cuéllar. (Segovia).

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