martes, 31 de marzo de 2015

Primeros pasos



Nací en Castilla, la Vieja, la mesetaria, cuyo raso eleva al cielo por igual bendiciones y exabruptos por su clima. Y eso marca; no por encima de nadie, sino distinto de los demás; ni mejores ni peores; pero con nuestras propias particularidades. Dicen que somos sobrios, serios, como nuestros campos... y fieles. A todo cuyo valor comprendamos que es intrínseco a nuestra forma y manera de ser.
Y mi familia, por entero, pertenecía y los que vamos quedando seguimos, a una cofradía de la singular Semana Santa de esta tierra, Valladolid. Sin comparaciones. Cada cual lleva en su alma, la que siente y nadie es más o menos por el tipo de "celebración procesional" que le guste. Lo natural y siempre respetando lo de los demás, es que a mí me guste lo mío más; o, dicho de otra manera, que lo del resto también me gusta...pero lo que siento al oír las marchas de cornetas y tambores, tan específicas de esta Semana Santa y escuchar el silencio del entorno es lo que más me emociona.
Y di mis primeros pasos procesionales con cinco años y la firme promesa a mi tío, Hermano Mayor de la Cofradía, de que no pediría que me cogieran en brazos; pues estaba totalmente prohibido.
Como mandaban los cánones de la época, fui de monaguillo; en esta tierra lo de llevar hábito sin capirote estaba reservado para los muchachos mayores; era un signo de pre pubertad que te hacía grande ante los más pequeños. No me dieron ni el consabido cirio para socorrer a los cofrades a los que se les apagaban sus velas; frecuente en zona fría y ventisquera sobre todo cuando la Semana de Pasión caía en marzo.
El hilo hace un ovillo, indefectiblemente. No me rendí, en el sentido postural de la palabra; no pedí socorro; aunque según me contaron después debí de dormir muy "a gustito" esa noche de Jueves a Viernes Santo.
Y fue el comienzo de una eterna amistad; me "hizo" cofrade de facto la propia Procesión. Me enganchó, como te enganchaban entonces, por amor a una Cofradía, tiempos posteriores tremendos, nos hicieron vivir la época del figurón, al menos por estas tierras; el que se pasaba media procesión sin capirote dando órdenes a diestro y siniestro para que se viera quien era el que mandaba... cuando los que realmente trabajaban , todo el año, por y para la Cofradía, salían ya de la iglesia mimetizados bajo un capuchón igualitario, para todo el mundo.

Ya hace años que no salgo. Lo dejé un poco por desidia; más tarde mis facultades físicas me lo ponen casi imposible. Mis hijos sí lo hacen. Y, cada Jueves Santo a las seis de la tarde arrían el Cristo de la Preciosa Sangre para que pueda pasar por el portalón de la iglesia, semi tumbado, bajo los acordes del Himno Nacional, es inevitable, que una lágrima no se escurra  queriendo reivindicar y recordar a los que ya no están y veía en esas fechas a mi alrededor; y, cómo no, con la nostalgia de aquél inexperto monaguillo que desde aquellos torpes primeros pasos comenzó a amar, sin tapujos a su querida Cofradía.



Presentado al I Certamen Literario de Poesía y Relato Corto de la Cofradía del Nazareno.  Real Cofradía y Hermandad Franciscana de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores.

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