Nací
en Castilla, la Vieja, la mesetaria, cuyo raso eleva al cielo por igual
bendiciones y exabruptos por su clima. Y eso marca; no por encima de nadie,
sino distinto de los demás; ni mejores ni peores; pero con nuestras propias particularidades.
Dicen que somos sobrios, serios, como nuestros campos... y fieles. A todo cuyo
valor comprendamos que es intrínseco a nuestra forma y manera de ser.
Y
mi familia, por entero, pertenecía y los que vamos quedando seguimos, a una
cofradía de la singular Semana Santa de esta tierra, Valladolid. Sin
comparaciones. Cada cual lleva en su alma, la que siente y nadie es más o menos
por el tipo de "celebración procesional" que le guste. Lo natural y
siempre respetando lo de los demás, es que a mí me guste lo mío más; o, dicho
de otra manera, que lo del resto también me gusta...pero lo que siento al oír
las marchas de cornetas y tambores, tan específicas de esta Semana Santa y
escuchar el silencio del entorno es lo que más me emociona.
Y
di mis primeros pasos procesionales con cinco años y la firme promesa a mi tío,
Hermano Mayor de la Cofradía, de que no pediría que me cogieran en brazos; pues
estaba totalmente prohibido.
Como
mandaban los cánones de la época, fui de monaguillo; en esta tierra lo de llevar
hábito sin capirote estaba reservado para los muchachos mayores; era un signo
de pre pubertad que te hacía grande ante los más pequeños. No me dieron ni el
consabido cirio para socorrer a los cofrades a los que se les apagaban sus
velas; frecuente en zona fría y ventisquera sobre todo cuando la Semana de
Pasión caía en marzo.
El
hilo hace un ovillo, indefectiblemente. No me rendí, en el sentido postural de
la palabra; no pedí socorro; aunque según me contaron después debí de dormir
muy "a gustito" esa noche de Jueves a Viernes Santo.
Y
fue el comienzo de una eterna amistad; me "hizo" cofrade de facto la
propia Procesión. Me enganchó, como te enganchaban entonces, por amor a una
Cofradía, tiempos posteriores tremendos, nos hicieron vivir la época del figurón,
al menos por estas tierras; el que se pasaba media procesión sin capirote dando
órdenes a diestro y siniestro para que se viera quien era el que mandaba...
cuando los que realmente trabajaban , todo el año, por y para la Cofradía,
salían ya de la iglesia mimetizados bajo un capuchón igualitario, para todo el
mundo.
Ya
hace años que no salgo. Lo dejé un poco por desidia; más tarde mis facultades
físicas me lo ponen casi imposible. Mis hijos sí lo hacen. Y, cada Jueves Santo
a las seis de la tarde arrían el Cristo de la Preciosa Sangre para que pueda
pasar por el portalón de la iglesia, semi tumbado, bajo los acordes del Himno
Nacional, es inevitable, que una lágrima no se escurra queriendo reivindicar y recordar a los que ya
no están y veía en esas fechas a mi alrededor; y, cómo no, con la nostalgia de
aquél inexperto monaguillo que desde aquellos torpes primeros pasos comenzó a
amar, sin tapujos a su querida Cofradía.
Presentado al I Certamen Literario de Poesía y Relato Corto de la Cofradía del Nazareno. Real
Cofradía y Hermandad Franciscana de Nuestro Padre Jesús Nazareno y María
Santísima de los Dolores.
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