martes, 23 de junio de 2015

Té, verde


Venía de frente. La descubrí a más de un centenar de pasos. No fue por su estatura, bastante normal, sino por las propias miradas de los viandantes con los que se cruzaba, que me hicieron fijarme en ella.
El mundo le resultaba pequeño. Simplemente se le comía, poco a poco, a medida que se acercaba; no en un afán altivo de ¡aquí estoy yo! sino, en uno de pleitesía agradecida que, el mundo, recitaba: ¡aquí está ella! Sin exageración de vasallaje ni falta de humildad. Simplemente reconociendo su talento.
Con su inmaculada gabardina de entretiempo a la moda, deambulaba con el caminar de quien sabe lo que quiere en cada momento; aunque lo que deseara en ese instante fuera tomar una taza de su querido té verde.
Se acercaba más. La línea imaginaria entre nosotros era la misma. Si no cambiábamos de dirección, inevitablemente nos llevaría a chocar el uno con el otro.
Varié yo la trayectoria convencido de que ella no se había percatado de la situación, pensando que caminaba distraídamente.
Y nos cruzamos. Fue entonces cuando se giró levemente hacía mí y en ese mismo instante, tarareé la letra de un bolero inmortal: "aquellos ojos... verdes..."


Para el I Concurso de Micro-relatos Ojos Verdes Ediciones.


No hay comentarios:

Publicar un comentario