Cuando me desperté, tardé en centrar mi cabeza y me costó. El
escaso haz que penetraba por el amplio ventanal cubierto de espesas cortinas,
no era suficiente para descubrir a mi cerebro el lugar en el que me encontraba.
Pasaron unos largos segundos en el que mis razonamientos
intentaron casar el rompecabezas que mi sesera negaba, rotundamente todo; es
decir, el hecho de que estando en mi ciudad de residencia, estuviera alojado en
una habitación de un hotel.
Y era evidente. Poco a poco fui aclarando mi situación.
Recobré parte de la memoria en la que reconocía objetos nebulosos que me
siseaban con dulzura que la noche anterior habían sido utilizados por mi; y así
pude entrever una lámpara, un secreter, mis llaves sobre el mismo... una puerta
entreabierta que dejaba adivinar un lujoso servicio.
Sonaron unos tímidos golpecitos en la puerta de la habitación
y una voz grave, con la templanza de quien lleva diciendo esa frase mucho
tiempo anunció: ¡Servicio de habitaciones, su desayuno, señor!
Me tiré de la cama con la sensación de que alguien me estaba
gastando una inocente broma; pero la
sonrisa del camarero sin medias tintas a la par que decía: ¿Le he despertado,
señor? Si quiere puedo llevarme el
servicio y volver más tarde...ayer me dijo que le sirviera el desayuno a las
nueve en punto... me convencieron de que lo que pasaba allí no sólo era real
sino que tenía toda la pinta de ser "legal".
Una ligera queja de mis estómago al llegar el aroma del café
recién hecho a mi pituitaria, terminó de convencer a mi quebradiza voluntad de
"laisser fait"...y di buena cuenta de aquél gentil desayuno, rozando
lo pantagruélico.
Con el estómago bien pertrechado, volví al por qué de
encontrarme en esa situación, de la que yo no tenía ni la más remota idea, por
la que estaba en aquella lujosa habitación de hotel.
Un llamada al teléfono de la habitación, descubrió el meollo
de la cuestión. Mi grupo de amigos me habían registrado y pagado una noche en
ese hotel con la intención de que me despidiera de la inminente vida de un
soltero; y todo salía a pedir de boca hasta que, en plena cogorza noctámbula,
echaba, displicentemente a las dos muchachitas que me acompañaban hasta mi
habitación ; más preocupadas en que mis lastimeros cantos, no molestaran a los
vecinos de las habitaciones colindantes a la mía que en pasar una velada de
sexo y orgía con aquella piltrafa humana que, a duras penas, lograban mantener
de pie. Sensatamente, optaron por dejarme medio tumbado a la puerta de mi habitación y hacer mutis por el foro en
lo que resultaba ser una retirada, pero inteligentemente a tiempo.
Para el I Concurso de
Micro-relatos CVB. www.clubvidabuena.es
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