Sin más, entré en sus dependencias. En sí mismo ya se puede
dar por buena la visita contemplando el patio hipóstilo arabizado, cual
claustro cisterciense encalado, blanco, níveo, típico de la cultura árabe;
entremezclado en nuestra península con manifestaciones artísticas de mil y una
civilizaciones que, si bien se puede poner pegas desde el punto de vista más
purista del crítico, no es menos cierto que se pueden contemplar miles de
detalles revueltos que nos hacen, quizá, comprender mejor nuestra propia
historia.
Y aquél cenobio se quedará para siempre en mi memoria,
coqueto, fuera de los esplendores de sus hermanos mayores de otras
arquitecturas, pero bello y delicado.
Y me encontré con una coreografía de detalles sobre una
sinagoga. Cordobesa. Edificio, como el atrio referido anteriormente, ni mucho
menos tan ponderado como otros de su entorno. Parecía, históricamente, el
hermano pobre ante tanta profusión de construcciones de afamado renombre por su
belleza.
Pero allí estaba él. Levantado, a pie firme, desde los
umbrales de los otros mastodontes, aguantando a la intemperie con el mismo
arrojo que sus hermanos más agraciados por el ojo humano; pero no por ello, la
sinagoga, se doblega ante la edad.
Y no resulta vana tu hidalguía con la que te muestras al
mundo; sin tí, sin tus tesoros, hubiera sido más difícil reconstruir, esa
"memoria histórica" cordobesa de siglos y siglos; pues en tu vientre,
cual mater amantísima, conservabas documentos
primigenios del patrimonio histórico y cultural de la ciudad.
Sobreviviste, tras tu esplendor, a la expulsión de los que en
tí rezaban; triste varapalo a toda una comunidad, quizá estigmatizada, sobre la
que parece pender la eterna teoría de pueblo errante.
Y como si tu destino fuera amparar al hombre en lo espiritual
desde tu nacimiento como templo, viniste a dar, en tu segunda etapa, a ser un
hospital; pasaste de cuidar almas a cuerpos; si bien, todo sanatorio que se
precie, debe de cumplir, en una segunda faceta, con la de cuidar esas cabezas
danzarinas y con vida propia, que suelen darse en los que en tí tienen que
protegerse de enfermedades o intervenciones quirúrgicas. Cumpliste, a pesar de
los avatares de tu destino, con el propósito con el que te construyeron; seguir
amparando a necesitados, fueran de tipo espiritual o carnal.
Hace casi dos siglos que te ensalzaron a la más alta
magistratura artística española, nombrándote Monumento Nacional. Ya lo eras.
Simplemente el reconocimiento, sirvió para que te dedicaran el trabajo, la
dedicación que te mereces; y así lucir tu humilde brillantez con la ayuda de
quienes están consagrados a cuidarte.
Descubrimiento, a los ojos de un profano en la materia, has
sido. A tu ciudad fui a ver otros monumentos y te revelaste a mí sin remisión.
No he sido el único. Me consta, que hay un buen número de visitantes que, sin
desprecio a tus hermanos mayores, dedican un buen rato de su estancia a
contemplarte solamente a ti.
Para el XII Concurso de Relato
Breve Museo Arqueológico de Córdoba.
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