Ya anochecido, Miguel tomaba la vereda, milenaria, hecha por
el andar ancestral de miles de pies humanos, hacia "su" acantilado.
Su refugio, vigía de una diáspora de estrellas y luceros cuando el firmamento,
generoso, decidía mostrar al mundo terrestre
su amplio contenido celestial.
Y calmadamente, atemperado por el transcurrir de los años
recorría a diario aquellos cuantos metros hasta su atalaya, en la que no sólo
contemplaba brillantes luceros, sino que le servía para pergeñar, a base de
estrujarse la cabeza, desde las más rocambolescas historias, a las más de las
sublimes y tiernas poesías, competidoras sin duda, en lo que se refiere a
sentimientos, a los más grandes poetas de la Historia.
Fallaba en la construcción de esas estrofas; no era capaz, y
eso le frustraba, transmitir en un papel, con una pluma, lo que en el corazón
le abrasaba y, le pedía misericordia y buen tino para que esos sentimientos
tremendamente intensos, no perdieran empuje al recorrer el camino desde su
cerebro a través de su brazo y pluma, convertidos en tinta que, en lugar de
quedar impresos como algo que pudo ser y no que se quedaran en un mero proyecto.
Miguel, cada crepúsculo, casi a ciegas, se sentaba en los
riscos frente al mar, buscando una simbiosis: cielo, tierra y océano, con la
que encontrar la magia que le permitiera dar rienda suelta, sin censuras
propiciadas por su falta de expresión, y que los dioses, de ese Parnaso
particular al que él accedía, una noche
le permitieran plasmar en su cuaderno un poema que, por una sola vez, le
hiciera llorar al acabarlo.
Volvía, horas después, caminando dubitativo por la senda, otra
vez a ciegas, intentando descubrirla a través de una mirada emborronada por los
restos pegajosos de unas lágrimas; y en su boca, esbozada una sonrisa medio de
de satisfacción y otro medio de desencanto al haber profanado su anhelo.
Y a mitad del camino, una niña rubita de expresivos ojos
verdes, correrá hacia las piernas temblorosas de un anciano y con su mano, lo
ayudará a caminar ese último tramo del trayecto, que no es otro, que el de su
propia existencia.
Para el II Premio de
Micro-relatos RNE. Radio
Nacional de España y La Caixa, con la colaboración de la Confederación Española de Gremios
y Asociaciones de Libreros. Madrid.
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