¡No
era nada lo del ojo y lo llevaba en la mano! Hablar de humor en los tiempos que
corren, es casi tan importante como ganar el Nobel de Física Nuclear; quizás,
incluso, lo último resulte más fácil.
Y
el humor está intrínseco en nuestras propias vidas; escondido en los malos
momentos; un tanto avergonzado de exhibirse ante tanta calamidad a su
alrededor; y resulta que de esa calamidad circundante sale otro tipo de humor;
ése que nos tira de la levita y nos hace ver lo que hay en nuestro entorno con
ojos críticos y cierta dosis de autocrítica y "mala leche", con su
moraleja acre, ácida que provoque en
nuestro estómago un contrapunto que nos haga vomitar, con conciencia
sarcástica, esa miseria. Hay muchos ejemplos. Uno por antonomasia: la Mafalda
de nuestro Quino.
Y
es difícil traspasar esa línea seria, circunspecta entre la realidad que vemos
y vivimos hiriente, y una forma de verla
que nos pula esa superficie asquerosa y
lleve hasta nuestros corazones la moraleja, incluso con una sonrisa, de
lo que nuestra razón nos quiere transmitir.
Y
camufla nuestros miedos. Incluso para eso sirve. Es un mecanismo de autodefensa
que necesitamos usar para seguir tirando
en este valle de lágrimas... de muchas lágrimas. Es la aspirina oportuna en el momento justo para quitar ese molesto
dolor de cabeza que no nos deja respirar, que nos ahoga, que nos haría darnos
cabezazos contra las paredes aún siendo peor el remedio que la enfermedad.
Es
ese humor negro, tan denostado, pero tan imprescindible como cualquier otra
clase de humor; porque todo, con más o menos acierto y oportunidad, tiene su
sitio y momento en la vida.
Todo
es humor. Hay que tener humor hasta para nacer, diría un castizo. Es ese preso
que va por el pasillo sin retorno, una única vez, y otro preso desde su celda,
le espeta: ¡que te diviertas!; y éste
sonríe; incluso imaginando, por un momento, el subidón de voltios que va a
sentir en su cuerpo.
Ya
sé que, lo más probable, sea la realidad, y es que al preso lo lleven a rastras
pues todos tenemos un auto concepto de
conservación que nos impide, cual héroe de película, ir andando serenamente
hasta el patíbulo; pero...ahí está el humor...quitando hierro a los momentos
más tétricos de una vida.
Y
el humor es, por tanto, universal; y esa es su grandeza. Es un idioma común,
con matices, que hace sonreír a gentes de muy diferentes culturas.
Un
mimo, con sus muecas, se hace comprender por cualquier persona sea del país que
sea. No hace falta hablar. Es pura expresión corporal la que incita a comprender
aquello que , el mimo, quiere transmitir.
La
propia vida es puro humor. El primer axioma de nuestra existencia: nacer,
vivir, para acabar muriendo, sabiendo que es inexorable, nos hace rodearnos de
un sutil sentido del humor, esperando a que llegue ese momento y, deseando por
otra parte, que llegue cuanto más tarde mejor.
Puede
que, el destino, si queremos utilizar ese término, nos haga saber que ese
momento que sabemos que algún día terminará por llegar, nos pase una seña, tipo
mus, juego de cartas muy español, y con un guiño, bastante puñetero, te avise
que está a tu lado; que simplemente, cuentes con que en cualquier momento,
cuando ella lo considere oportuno, te ejecutará. Soy creyente; desde este punto
de vista, lo tengo más fácil. Sé que llegará un día que Él me llame. Y yo iré.
Y esto, también tiene su punto de humor;
es como esperar a las vacunaciones de nuestra antigua "mili" y
que el médico del Escuadrón dijera: ¡siguiente!. Sin más.
Hay
un refrán no sé si español, pero muy utilizado en esta ya vieja tierra, que
dice "a mal tiempo buena cara"; y es la personificación lingüística
de la definición del más puro humor
Ríete
cada mañana de tí mismo, ante ese espejo que te cuenta la realidad y sácale el
partido a tu mala cara, haciéndole creer, al espejo, que el equivocado es él.
No
te rindas, es fácil escribirlo, ante las continuas adversidades de la vida. Y
no pierdas, en la medida de lo posible, el sentido constante del humor; si es
necesario vuelve a examinarte en septiembre, pide convocatorias extra, haz lo
que sea por sonreír; por sacar ese punto sarcástico, imaginativo, a veces
caustico, a esos momentos que la vida nos trae a todos antes o después.
Sonríe.
Sal de casa. Calza tus botines. Baja pisando fuerte las escaleras de la vida;
conozco a alguna persona que lo viene haciendo hace muchos años, estira todo lo
que puedas tu cuerpo yergue hasta el máximo tu cuello, mira al frente y suelta
una carcajada, de pronto, espontánea, sincera y llena de humor, que diga a los
problemas que te esperan esa jornada, que estás dispuesto a luchar. Y, si te
vencen, lo último que reflejará tu rostro será una sonrisa que diga: ¡Te ha
costado ganarme!
Para el 1º Concurso
Literario Internacional de Relato Humorístico "Alberto Cognigni". Agencia Córdoba Cultura S.E. (Argentina).
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