martes, 23 de junio de 2015

El Tío Leto


Jubilado hacía ya unos meses, pasaba los días revisando lo que antes eran sus tierras; ahora en manos de sus hijos que, criados a sus pechos, sabían cómo trabajarlas con la misma pericia que lo había hecho él durante sesenta años.
Las tardes, se las pasaba en la consabida partida de dominó que, alternaba, entre seis doble y blanca pito, con lecciones magistrales a los tertulianos del café sobre meteorología, siembra, cosecha y cualquier tema que atañera al campo; del que era considerado un catedrático en toda regla.
Pero el Tío Leto, conocido así en toda la comarca terra campiña  de la provincia palentina, no era un abuelo trasnochado que sólo tenía un tema como acorde de sus conversaciones; siempre había querido estar a la altura de la tecnología de cada momento en su vida; fue el primero que disfrutó de televisión en su pueblo; su padre también se interesaba por los avances científicos de las telecomunicaciones; y suyo, del tío Leto, fue el primer móvil, tipo ladrillo, que se vio por aquellos lugares.
También fue el primero en tener ordenador; y le costó Dios y ayuda, que el alcalde de turno hiciera las gestiones oportunas para llevar internet a su pueblo.
Antes de que las modernas cosechadoras provistas de GPS, recolectaran sus campos, él ya tenía a través de la red, un programa que le permitía saber qué proporción de simiente era recomendado de tal o cual cereal por hectárea de terreno.
Y no queda ahí su afición, casi juvenil, por la informática; era fácil verle picado con sus nietos en alguno de los juegos de estrategia, de "mamporros", como los llamaba él, o de deportes...
El tío Leto era un monumento andante de quien no se quiere parar en la vida; de quien acoge las nuevas corrientes tecnológicas y las absorbe en su interior formando, desde ese mismo momento, parte de su propia existencia.
Ahora, jubilado por orden de la Paca, su mujer, mataba el tiempo como he relatado en los párrafos anteriores; con una sonrisa que sólo la serenidad de los años es capaz de dibujar en un rostro; un palillo danzarín entre la comisura de los labios, donde, sin duda, no hacía muchos que lo había ocupado una colilla de "caldo" y que ahora, inconscientemente, de vez en cuando, exhalaba una chupada exigiéndole, al pobre  palillo, un humo que no le podía ofrecer.
Recordaba su vida con una mente clara y trataba de transmitir a sus descendientes más pequeños, los usos y costumbres que se llevaban cuando él era un crío; decía que si conocían su historia, siempre sabrían por qué se producen los hechos venideros y tendrían más fácil poderlos solucionar.
Había mucho de verdad en su reflexión, y...mucho de abuelo que lo que quería era mantener en sus nietos la sensación de patriarca de la familia.
Y hoy en día, cargado de más años, sigue subiendo todas las mañanas la cuestecita que le lleva hasta el comienzo de sus tierras y que le permite otear desde allí las actividades que se desarrollan en ellas.
De igual manera, tras la comida, vuelve todas las tardes a sumergirse en su partida de dominó y a seguir envolviendo con sus historias a los mirones y contertulios que no se sabe bien si van a presenciar las partidas del café o a las charlas del tío Leto.

Hasta que un ¡Tararí! de su móvil, recuerdo de su paso por los Regulares en su mili, de la Paca, le arranca de la silla del café y le anuncia que ya es hora de retirarse a sus cuarteles.


Para el IV Certamen de Relatos Cortos "Entorno a San Isidro".  Grupo de Pastoral Rural de Palencia y el Ayuntamiento de Saldaña. (Palencia).

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