Como canta melosamente el tango: "Barrio, plateado por
la luna", evocaba a mi me memoria
la estampa que mis ojos a esas horas de la madrugada contemplaban desde el
cercano altozano.
Materialmente en tinieblas, se distinguían, como por un
delineante trazadas, las hileras de farolas, escasas, que cual luminarias en
aceite, rutilaban nerviosamente, en una
coreografía armónica que me recordaban los
"Nacimientos" que, en Navidad, se ponían en casa de mis
padres.
Y esa era toda la similitud con algo amable y dulce. Mi
querido barrio, por la noche, ocultaba las mediocridades de nuestra estirpe en
callejones marginales con jeringuillas multiuso que diezmaban la ya escasa
generación juvenil.
Y luchas. Un minino bufaba desde lo alto de una maltrecha
tapia mientras un esquelético pellejo de huesos que daba nombre a un perro,
ladraba encolerizado al tratar, en vano, de alcanzarlo.
Dos callejas más abajo, un ¡ay! quedo y lastimero, salía, por
última vez, de una garganta casi púber, antes de caer al suelo para siempre...
Era así, noche tras noche. Cada ocaso subía hasta el otero
para contemplar ese suburbio tan querido y, a la vez, huir un poco de los
sonidos mortuorios del silencio. Era terapia.
Para el II Certamen de
Micro-cuentos Vallecas calle del Libro. Vallecas
Todo Cultura. (Edición 2015). Madrid.
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