domingo, 24 de mayo de 2015

Elephantes belli carthaginensis


El mastodonte hercúleo avanzaba, pesadamente, bajo la experta mano de su guía hacia la batalla, convenientemente estimulado por una pica que, de vez en cuando, se desplomaba sobre su nuca ensangrentada por las sucesivas acometidas del aguijón.
Sobre su lomo, cual alcazaba ambulante, se erguía, anclado por cadenas a sus lomos, una gran cesta de mimbres, urdida densamente, con paciencia, para hacerla lo más inexpugnable a las flechas y lanzas del enemigo.
Allí, en esa torre moviente, acompañaban al mahout o conductor dos soldados; un arquero, tirador de larga distancia; atacante, minador de las defensas enemigas a vista de pájaro y un lancero a la usanza de la infantería pesada equipado con un largo venablo que podía actuar de dos maneras; como arma a distancia, o como defensa para rechazar los posibles, aunque poco probables, asaltos al paquidermo. En otros, se distinguía una cuarta figura dando órdenes y voces a bestias y hombres; era un oficial.
Y así, avanzaba recto, agitando vivamente su cabezota de lado a lado, entrenando lo que sería cientos de metros más adelante, su manera habitual de entrar en combate; barriendo las tropas enemigos que se encontrara en su recorrido.
Para el enemigo, ver venir a esas bestias hacia su posición, les suponía derrochar, en el mejor de los casos, la mayor parte de dosis del arrojo, individual y colectivo, reservado en el espíritu de cada soldado; provocando en muchas ocasiones, una desbandada más o menos generalizada, ante tal avalancha de terror.
Los más valientes o los atenazados por tal pánico que ni tan siquiera les dejaba huir, combatirán intentando librarse de las acometidas de aquellos ancestrales carros de combate demoledores.
La batalla está lanzada. Las vanguardias de cada contendiente entrechocan con estruendo;  como si dos grandes machos cabríos percutieran con sus cornamentas para disputarse una hembra; y ésta hembra se llama Gloria.

Esto es lo que ven mis ojos y lo que pasa por mi cabeza cuando contemplo la diminuta figura de mi colección que representa a estos magníficos colosos que utilizó Anibal en sus batallas. Sus ojos me miran demandándome misericordia y como si de un dios me tratara, piden ese soplo divino que no les puedo dar, para reanudar sus contiendas; son elephantes belli carthaginensis  plumbi...


Para el VIº Concurso Literario. Museo L'Iber de Relato Corto Histórico. Fundación Libertas 7

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