Se puso manos a la obra; aquella figura que fue divina;
reconocida por todos menos por la
Ciencia que, explica, toda una evolución seguida, pues hay que justificar con
hechos, lo espontáneo allí surgido ¡Naturalmente!
Y cuando había hecho las aguas, aquél Ingeniero Físico,
comenzó a repartirlas como quiso; sin querer caer en privilegios; según a tal o
cual región le venía mejor o un mar ancho, profundo, extenso; o un simple
riachuelo en el que poder calmar la sed, el viajero.
Y así estuvo repartiendo sus creaciones por todo el Orbe, es
decir; para los mundanos, la Tierra; pues aún hoy desconocemos si hay otros
"despistados" morando en otros planetas.
Más "la tentación, vive arriba", como el celuloide
diría muchos más años después y, un golpe de brisa, casi, casi maliciosa, le
acarició suavemente su barba espesa y ya cana, posiblemente un eufemismo de
algún pintor que nunca le vio la cara.
El caso es, que se paró al llegar a Andalucía y recordar
cómo, siglos después, a esta región la llamarían las gentes que en ella
vivirían: "la tierra de María Santísima", y, sin querer, pero con
cierta sonrisa pícara, extrajo de su saca un río; un río resplandeciente que
llamó Guadalquivir, o "Río Grande", que llamaron otras gentes que
pasaron por allí.
Y el río Guadalquivir asentó su extenso cauce en una tierra
bendita porque así quiso su Madre.
Para el III Concurso de Microrrelatos Manuel J. Peláez. Colectivo
Manuel J. Peláez
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