Cinco
breves minutos, pueden ser eternos, en un pasillo angosto lleno de gente, que
habla a gritos, como si en ello fuera un aprobado; y tú, angustiado, rechazas
el barullo allí formado; desearías quedarte como en clausura, sin voz y oído,
sin ni siquiera ruido que te abstrajera de un resultado de aquella nota escueta
en el pasillo junto a la puerta de una escalera. ¡Maldita sea!, sacan las notas
los muy cabritos cerca de unos mil hitos que cuando arribas, no te queda
resuello ni para abrirlas; es como si el resuello fuera el motor, que te
infundiera suficiente valor para
enfrentarte frete por frente con la notita, un tanto repelente que de ella depende, que el verano sea
sufrido o más holgado.
Y
no hay remilgo ni compasión, ante una prueba, que con acierto o desilusión,
haga un esfuerzo y se compadezca del estudiante, que con tesón, estudió con
ahínco ese "temón" y que la
chispa secreta del corazón le dijo que caía esa lección.
Y
se la estudió a fono, el muy ladino y tuvo compasión de su vecino. Más frente a
ella, el cuerpo le templaba al comprobarla pues había suspendido y conllevaba
pasar un veranito "macanudito"; mientas miraba de reojillo a su
amigo, el pobrecillo, que le enviaba saludos muy cariñosos a los progenitores
de aquél amigo de sus amores.
Cinco
minutos bastaron de nervios y culebrinas en la barriga, de pasar
del romero a una simple ortiga llena de espinas; como un Calvario de un
verano en el que los suertudos o estudiosos, pudieran a sus anchas hacer
los osos.
¡Qué
mala suerte, pertenecer a la gente que caen mal al profesor que es muy
decente!.
Para el IX Certamen Internacional de Relatos Hiperbreves Universidad Popular de Talarrubias. Talarrubias. (Badajoz).
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