Al
margen del inestimable voluntariado que, cada vez con más volumen, asiste a las
personas en extrema necesidad vital para subsistir y que, por supuesto, como
simple humano, alabo y aplaudo, existe un número mucho más alto, de voluntariado
"no estadístico", que es el resto de la población trabajadora; la
cual, consciente o inconscientemente, es la piedra angular, mediante sus
prestaciones directas e indirectas al Estado, la que hace posible que esa gran
mayoría de personas no capaces de generar sus propios ingresos unos por causa
ajena, los más difíciles de contentar, pues sus ánimo por trabajar les impide
realizarse completamente como ser humano, me refiero, lógicamente, en la cadena
de desarrollo de cualquier nación.
Pero
existen otros; por desgracia, en una cuantía, quizá que no interesa
"cuantificar", por propia vergüenza torera, que son los que se niegan
a trabajar...pero no a cobrar; y se permiten el lujo de quejarse, y lamento ser
tan llano en mis palabras, incluso de lo "poco" que se les da , por
parte de la Administración, para poder subsistir; aunque sea malamente.
No
pretendo dejarlos sin comer, desamparados. No; entre otras cosas porque mi
concepción cristiana de la vida me lo prohíbe. Pero sí me gustaría que, el
Estado, máximo órgano estereotipado de una nación, en este caso la mía, que es
la primera que me preocupa, diera un tirón de orejas a aquél que pudiendo, no
quiere trabajar; o al que argumenta un millón y medio de síntomas, para hacerse
el longuis y seguir chupando de una teta agrietada de tanto chupóptero. Y en
esta España, que a algunos nos duele, hay muchos. Descuento los que han llegado
al hambre por esta maldita crisis que se negó tan inoportunamente, que ha
costado Dios y ayuda para atisbar, aún a lo lejos, una lamparilla, no brote
verde, que puede que sea la luz del final del túnel; pero el pasaje no tiene aspecto de eso; sigue siendo
una gran caverna.
Y
más para el que la sufre, todos en general; y muchos en particular teniendo que
acudir a comedores sociales familias que, apenas hace siete años, podían vivir
dignamente con el jornal que se llevaban a casa al final de cada mes.
A
esos otros, los mendigos del trabajo, los que según algunos sondeos proclaman a
los cuatro vientos que es de inteligentes vivir sin tener que trabajar, no hace
tantos años que lo he tenido que escuchar muy a menudo, les invito a cambiar de
pensamiento; sabiendo, de ante mano, que no sirve para nada; unos porque su
edad se alía con ellos y pasan a ser pensionistas de casi nada; y a los otros
porque seguirá habiendo en esta vida, necios que les avalen su actitud; como a
los Césares que le alababan sus decisiones por muy necias o bárbaras que éstas
fueran.
A
pesar de ello, juegan con ventaja y con los sentimientos del resto; saben que es
muy difícil que les falte un plato de lentejas en casa de alguien, el que sea,
les da lo mismo, con tal de, aún quejándose de su "desgracia", se les
siga resolviendo el yantar de cada día.
Pregunta
postrera. ¿No debería tomar alguien alguna medida contra estos parásitos de
nuestra sociedad?.
¿Será,
acaso, ficción, lo que acabo de describir, fruto de una imaginación vetusta?
Para el XXIV Certamen Literario de Prosa y Poesía Sant Jordi, 2015. Biblioteca Can Mulà. Mollet del Vallés. (Barcelona).
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