martes, 5 de mayo de 2015

El aprendiz de brujo


Era el nuevo; lo que le situaba, sistemáticamente, en el último escalón del corto pero preciso estamento en el "arte" de acondicionar cadáveres.
El hambre , empujaba hacia caminos insospechados; sobre todo a este estudiante del último curso de Arte Dramático.
Se encontraba, en ese momento, saboreando una pizza recalentada, cuando fue reclamado para la preparación y el lavado de un cuerpo que acababan de llevar.
De mala gana, soltó la porción de pizza de su mano, mientras en su garganta se producía una sensación acre y desagradable. Le habían comentado que, con el tiempo, dejaría de notarlo.
Empezó a tratarle siguiendo los patrones que se le habían, cuidadosamente, marcados: lavado, taponado y bálsamos que cubrieran las pequeñas imperfecciones  propias de aquél hombre ya sin vida u otras, consecuencia de la más o menos rápida degradación del cuerpo.
Y en eso estaba: Le había repeinado, recortado el bigote y  la perilla quedaba, ahora, finamente definida.
El revuelo estomacal, seguía haciendo de las suyas en sus entrañas; se vio forzado a hacer una pausa y entró en el servicio contiguo a la sala en la que estaba trabajando.
Se quedó a gusto . Había sido rápido y los retortijones pasaron a ser historia. Se lavó las manos con el firme propósito de "rematar" la faena pendiente, cuanto antes.
Volvió a la sala. Volvió a destapar el cuerpo al que previamente a su marcha había recubierto con una sábana por encima, a fin de preservar, en lo posible, la privacidad del difunto; y no pudo por menos de exhalar un gritito, rústico, minúsculo, con sabor a infantil, cuando el sujeto que apareció bajo la sábana llevaba sobre su abultada cabeza un bombín reventón; y, se vestía con un chaleco amarillo chillón; bigote a lo "Poirot" y... e vestía, exclusivamente, con unos calzoncillos largos, hasta las rodillas.
¡Éste no era su muerto!
¡Dónde estaba! ¡No podía quitarle la vista de encima! ¡Dio un respingo! El párpado derecho de aquél tipo había saltado como un resorte, dejando, con un guiño grotesco, la pupila azul intenso que protegía al descubierto ¡Glup! Intentaba tragar saliva, sin mucho éxito y miraba a hurtadillas a su alrededor  con miedo, a la vez que escudriñaba los rincones semi en penumbra de aquella angosta sala mal iluminada en sus extremos, con la  esperanza de descubrir que todo era una broma, aunque de mal gusto, de sus nuevos compañeros de trabajo. No logró descubrir ninguna pista.
La voz de su jefe sonó a sus espaldas a la vez que se notaba una bocanada de aire fresco al haber sido abiertas las puertas con energía.
¡Vamos, hombre, no te duermas, el cliente de la Sala 3, tenía que estar preparado! Los familiares y amigos estarán aquí dentro de diez minutos...
La cara de su jefe no daba lugar a ninguna duda. Ese era el cuerpo destinado al sitio correcto. Con menos resquemores, prosiguió su labor. Tenía una extraña mezcla de profesionalidad y miedo, en proporciones fluctuantes; no obstante cerró el ojo de aquella, para él, chabacana criatura que le perturbaba y terminó su preparación.
Prefería no pensar. Acabado el trabajo, volvió a atacar el resto de su pizza, sin ninguna devoción, como por instinto; y pudo comprobar, de inmediato, que las previsiones de sus compañeros serían ciertas; todavía tardaría tiempo en llegar a compaginar alimentación y embalsamamientos.
Vio pasar,  a través de una pequeña ventana, la camilla con los restos mortuorios del desdichado que había osado despedirse de él con la escenita del guiño y, más calmado, sonrió.
Jamás se le podría olvidar aquella anécdota....¡anda, qué!
Salió del cuartito destinado a pasar las horas en las que no había nada que hacer dirigiéndose, de nuevo, a restablecer un nuevo cadáver.
No pudo por menos echar un último vistazo a su "amigo" de la Sala 3 desde la ventana, camuflada como un espejo, que daba al corredor exterior por el que se realizaban y atendían los servicios de cada Sala.  Esta vez, fue él quien le guiñó un ojo.
Continuó; entró en su sala de trabajo y comenzó, de nuevo, su rutina despojando al cadáver de la sábana que le protegía de su desnudez.
Sonó un grito "temblequero", de  canguelo puro y duro, de miedo, terror, pánico.
Balbuceaba; no podía hablar. Allí estaba, bombín calado en ristre, un tipo de bigote a lo "Poirot", con un chaleco amarillo intenso y calzoncillos decimonónicos.
Envuelto en sudor, se despertó

Era su primera noche de guardia en aquél servicio funerario.


Para el XV Concurso de Tanatocuentos. Revista Adiós.

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