Hace unas cuantas décadas lo decía una canción, como si el
color añil que tizna algunos ojos fuese un tinte indecoroso, como de falsa
moneda, no la que mano en mano va si no la que alguien se queda para proclamar
al mundo una verdad sibilina que a unos pocos sólo afina para seguir dirigiendo
el cotarro de un negocio que es grande para un antojo pues lo que están es
moviendo con un olor nauseabundo, nuestro propio mundo.
Y no es por su color, por lo que los ojos mienten; pues eso
es independiente, sirven para mucho más; sirven para crear ilusiones en algunos
corazones, desde genta adulta a niños, a mayores o a chiquillos, que les hagan
recrear situaciones y por momentos olvidar todas las mil y una acciones que en
nuestro diario vagar por la vida nos hacen perder la brida de nuestro propio
trotar por ella como un cosaco por su estepa amplia, extensa sin barreras ni
actitudes que le impongan un horario.
No es el que miente el color sino el corazón del agente
portador.
Para el I Concurso de Microrrelatos, Ojos de cuentista azul. Editorial Playa de Ákaba.
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