lunes, 25 de mayo de 2015

Me gusta que los planes salgan bien


Hablaban un grupo de amigos, en el término exacto, en lo último de la informática; si es que en este campo, se puede utilizar tan determinante vocablo.
El caso es que, viejos amigos, no tanto en el sentido exacto de la palabra, pues en el grupo había varias mujeres, quedaban por el medio de moda en pasar una velada juntos en una ciudad castellana.
Cuatro partían de Logroño; una quinta de Zaragoza; un sexto de Castellón y el séptimo, cual descanso de la Creación, descansaba en su ciudad, lugar de la cita, a buen recaudo.
La cosa estaba bien diseñada. Venir, llegar, darse los parabienes de rigor, hablar hasta por los codos, recordar viejas, éstas sí que ejercían de ello historias, comer, ¡cómo se iba a celebrar un acontecimiento de ese calibre sin algo tan español como eso!, sobremesa, eterna, volviendo a charlar, despedida... y ¡hasta la próxima!

Surgieron problemas desde Logroño. Nada que no se pudiera reparar. El trabajo de uno de ellos le obligaba a salir a otra hora. Está relativamente cerca y en coche, no se tarda nada. Otra de las que salían de la ciudad riojana, también tendría que cambiar su horario; ciertos asuntos familiares la obligaban a ello; nada importantes, pero que requerían su presencia. Cogería el siguiente tren, ya que tampoco podía enlazar con el que venía en su coche.
El de Castellón, que ya tiene mérito, se pegó el madrugón de su vida, para por mil vericuetos, poder llegar a Madrid, a tiempo de enlazar con un Ave que le traería a la ciudad de reunión. Se había levantado a las cuatro de la mañana, con el afán de pasar "una", como suena, velada con el resto de la pandilla.
De Zaragoza venía una docta profesora vía Logroño, pero imposible de compaginar su viaje con cualquiera de los que zarpaban desde allí, hacia acá.
Al fin y al cabo...todos, en un margen más o menos de una hora de diferencia, estarían en el punto de destino.
De Logroño partieron por tren, vía Miranda d Ebro dos de las amigas de allí. Y en el mismo instante que subían al vagón reservado comenzaron a darle a la húmeda cosa fina; nada raro a primera vista entre dos mujeres, pero la verdad, es que se veían con cierta regularidad como para coger con tanto ahínco el arte de la oratoria.
Llegaron a su destino, inmediato destino, pronto. Está muy cerca de Logroño. Allí tenían que esperar una horita larga para enlazar con el tren que les traería al punto de reunión. Y, cómo no, aprovecharon para seguir charlando de...todo.
La que salió más tarde por los asuntos familiares, iba por la misma vía que las dos amigas precedentes; pero con una hora más de retraso; tiempo más que pequeño, para que nuestra querida Renfe cumpliera con su horario y que las tres amigas reunidas en Miranda, prosiguieran juntas el viaje.
Dándole a la cháchara las dos amigas riojanas, se enteraron vía información "megafónica" de la estación, que "su" tren partiría con retraso. Para buscar soluciones, en ventanilla les propusieron seguir hasta León y cogiendo un transbordo procedente de Galicia, podrían llegar a la ciudad castellana habiendo perdido, tan sólo, media hora; claro, media hora más. Lo intentaron y en el convoy se embarcaron, rumbo a León...
Pili, nuestra Torres  viajera desde Zaragoza, viajó sin problema hasta el nudo gordiano llamado, en este caso, Miranda de Ebro; encontrándose con el problema con el que una hora antes, se habían topados sus otras dos compañeras Tomó la misma solución ofrecida a éstas, pero con una hora más de diferencia.
La tercera cuya procedencia era de Logroño y con una hora más de demora que las anteriores, quedó atrapada en la misma tela de araña que las dos anteriores así como la que provenía de Zaragoza. Y tras enfrentarse a todo el mundo que pudiera parecer que trabajaba en aquella estación, menos con unos de verde y uniforme, por si acaso, decidió esperar al siguiente enlace....dos horas después.
Desde Castellón, molido, intentaba conciliar  el sueño el aguerrido y un tanto temerario amigo que se había pegado un madrugón de órdago; las dos señoras que venían frente a él, no estaban por la labor de dejar al no tan chaval , cerrar aunque fuera un ratito los párpados y se encargaban, con voz potente, de interesar a los dormidos viajeros en que se enteraran de su pormenorizada  charla, exenta de cualquier fondo interesante, salvo el de jorobar al prójimo; en este caso muy próximo.
Llegó a Madrid, a la Estación donde moría aquél convoy.... tenía que recorrer , por trayecto suburbano un buen trecho hasta la segunda estación, casi de Vía - Crucis, que es desde donde salía el último tren a... Pucela. Y así lo hizo; una hora después de haber aterrizado, valga la expresión, y que una atenta señora de la limpieza le advirtiera de que se había quedado dormido como un bebé y que debía de abandonar su asiento para poder proseguir ella con su laborioso trabajo. Se informó de lo que debía de hacer y le comentaron que llegar hasta la siguiente estación le supondría poco tiempo, no más allá de tres cuartos de hora, medida que para un Madrid, es realmente poco; pero el problema lo tendría en la Estación; ya que el siguiente Ave, no guardaba la cadencia de salida con los anteriores de una hora, sino que tardaría en salir tres... ¡La madre que le parió!. Le salió escopetada; no lo pudo reprimir. Con más paciencia que el Santo Job, se dispuso a seguir las instrucciones que una muy educada y sonriente azafata de Renfe le había dado.
El afanado trabajador riojano que tuvo que venirse en su coche por una última e inoportuna reunión puesta, seguro, por alguien que no tenía que hacer nada importante, decidió venir por la ruta turística en la que pudiera saborear mejor el paisaje bucólico que le rodeaba; en lugar de escoger la autopista, mucho más rápida y segura, pero más aburrida. Y cierto es que venía disfrutando del paisaje por los preciosos Montes de Oña, paraje digno de ser visitado "ex profeso"  pero no cuando tienes que llegar a determinado punto de encuentro.
Y disfrutaba del paisaje y de las aves y de las mariposas del campo, y ¡chof!...¡pinchazo!. Juramento. Estaba claro, había que cambiar la rueda por la de repuesto. Sudoroso terminó el trabajo y comprobó, con auténtica desolación de que no debía haber escuchado un segundo ¡chof!; pues eran dos las ruedas pinchadas. Llamó a su compañía de seguros y una voz tirando a femenina pero con sabor metálico a ordenador, tras varias consultas, le confirmó que tendría una grúa en el punto kilométrico reseñado, cerca de la nada, en cuarenta y cinco minutos; pues estaba terminando un servicio, la más cercana. Lo del servicio a mi amigo no le quedó muy claro si era un aviso de avería o si realmente estaba terminando de almorzar, dadas las horas de la tardía mañana.
A León llegaron a tiempo. A tiempo justo de que un despiste les hacía perder el tren que debía de coger. Un intercambio rápido e ininteligible con un gesto raro, rarito, de un mozo de estación les pareció indicarles el tren adecuado y, rápidamente, pues el tiempo apremiaba, se zambulleron en él; un minuto después estaban en marcha ¡por fin!, hacia donde debían.
La que se quedó en Miranda, de "miranda", nunca mejor acoplada esa palabra tardó un buen rato en comprender que se la echaba el tiempo encima y no llegaría al sitio de reunión; pero decidió esperar un poco más.
La que llegó a León una hora después que las que la precedían se arriesgó y cogió el siguiente tren que la acercaba hasta Burgos; a tiro de piedra, una hora más o menos , de donde habían quedado el grupo de amigos.
El que estaba de viaje campestre, se encontraba en ese momento, harto de ver asquerositas mariposas multicolores danzando alrededor de su figura y deseando ver a un alma; porque, encima, nadie había decidido ir por esa vereda bucólica y poética ese día. Por fin apareció un simulacro de grúa que, tras veinte minutos, le puso el coche a punto de poder reemprender el viajecito.
Se miraron. No podían dar crédito a lo que hablaban dos chicos de mediana edad; y sus ojos se les salieron , al unísono, de sus cuencas...¡Iban camino  de La Coruña!...¡Cómo es posible, si el muchacho de la Estación, les había indicado....!...¿qué era lo que les había dicho además de un ademán nada conciso?....¡Horror... que no es para allá donde tenemos que ir!..
Se bajaron en Villafranca del Bierzo, ciudad eminentemente Templaria; aunque no ,  por ello,  las dos amigas, lograran dominar el suyo.  ¡Cómo podían haber terminado allí!, se lamentaban.
El tiempo cada vez corría más velozmente; la hora de cita, cerca de la comida, se acercaba a pasos de gigante; y ella seguía anclada en la Estación de la villa burgalesa; nudo, repito, ferroviario. Se desvencijó en el incómodo asiento en el que estaba dándose por vencida. Definitivamente, ella, no comería junto al resto de sus amigos ese día. Llamó a su casa y puso en camino a su marido para que la fuera a buscar y la llevara de vuelta.
El automóvil, por fin, cumplía con uno de los propósitos con los que fue diseñado; hacer que el recorrido entre dos puntos fuera un poco más rápido que el de un caracol; y ya no tenía tiempo de contemplar el paisaje; tan poco tiempo que casi a unos veinte kilómetros de Burgos, paró y renunció a poder continuar el viaje pues no podría llegar estar en aquella "quedada".
A Burgos, pero por vía férrea, llegaba, casi milimétricamente acompasada, la que salió de Zaragoza, llegó a León, y en una jugada de dados, se lanzó a la aventura de llegar a Burgos con la sana idea de acortar tiempo. Y allí, a ciento veinte kilómetros de destino se quedó, cual sirena, varada. El siguiente tren partía a las cuatro de la tarde... Se resignó a no seguir su camino; a comer sola, no ver a sus amigos, y retornar su vuelta, como pudiera a Zaragoza.
Las turistas de Villafranca, la del Bierzo, comprendieron que era inútil intentar llegar al lugar de la cita. Ni por combinaciones de trenes o autocares, llegarían , no ya a comer, sino a poder estar un par de horas con el resto de la panda. Y efectivamente, con un cabreo de los de no te meneo cada vez que se acordaban del gesto del tipo de la Estación, se dedicaron , lo mejor que pudieron, a admirar la bonita ciudad leonesa.
Y nuestro atrevido viajante de La Plana, llegó, vio y venció; es decir llego al punto de cita aquél que lo tenía mucho más difícil que los demás....¡si Señor!...¡con un par!.
Pero allí no había nadie. Ni por no estar , no estaba el del lugar; el que no tenía que haber dado más que dos pasos para llegar  a donde se había quedado.
¿Y dónde estaba?.Pues cual complot judeo-masónico de otros tiempos, y, seguramente, por los túneles y "retúneles" que todos en sus respectivos periplos había tenido que atravesar, algo tan  a la orden del día como es un móvil, no habían funcionado en toda esa catastrófica mañana; era como si alguien hubiera estado moviendo los hilos necesarios para que ningún móvil estuviera operativo. Por ésta razón, el residente en la ciudad de encuentro, decidió, por pura e innecesaria iniciativa, subir a recibir a los que él creía que llegaban en grupo desde Logroño a un pequeño nudo, nudito, ferroviario llamado Venta de Baños para darles una pequeña sorpresa. Y el sorprendido fue él, que no logró contactar con ninguno de ellos, estaba fuera de su Ciudad, no tenía medio de retornar rápidamente a la misma y presuponía que todos le estarían esperando.
La "quedada" nefasta, sirvió, una vez puestas todas las personas en contacto vía móvil, que volvían a funcionar unas horas después,  para corroborar que cuanto más se planean las citas....suelen acabar peor; y que quien más fácil tiene, por proximidad, acudir a la misma, suele ser el que no llega a tiempo o nunca.

En esta vida mundana
conviene quedar con amigos
no de brevas a higos
sí,  cuando tengamos ganas
mas, no programéis al milímetro
que todo sea perfecto
que aunque sea lo correcto,

funciona mejor a ojímetro.



Para el VII Certamen de Relatos Cortos. María Teresa Rodríguez. Lar Gallego de Sevilla.


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