martes, 5 de mayo de 2015

Alternativa, quizás, digna de una Novela de Caballerías


Veían acercarse el bullicioso cortejo matrimonial por la escasamente empinada ladera descendente hacía ellos. Sancho, atónito, no podía quitar sus ávidos y saltones ojos de la cara y cuerpo de la novia.
Jamás habían tenido, sus ojos, la, posibilidad de admirar a tan gallarda moza, como la que se le aproximaba. Y era real. Ésta no era como las que su amo, señor y caballero quería divisar entre las mozas o damiselas con las que se cruzaban en sus andanzas viajeras, mientras, se entretenía en desfacer entuertos, propinando palizas a indefensos caminantes, o recibiéndolas, la mayor parte de las ocasiones, por parte de éstos..
Cuanto más se acercaba, más la penetraba con aquella mirada de cierta concupiscencia,  a la vez que hacía una referencia pormenorizada de todas y cada una de las joyas y el lugar en el que, la joven, las llevaba dispuestas.
Exteriorizaba sus pensamientos, diciéndolo en alto, como para sí mismo, pero escuchado por Don Quijote, todo lujo de palabrería casi obscena cuando pasaba a describir las bondades naturales, físicas de la doncella, haciendo todo tipo de aspavientos, y ridículas risitas y expresiones que no le ponían colorado, entre otras razones, porque no se enteraba de lo que decía. No estaba siendo consciente de toda aquella especie de pantomima mímica, que estaba ofreciendo a su señor.
Éste, le observaba, con la indeterminación de quien cree estar disfrutando con la expresión humana más natural y, si se quiere, rastrera, y con la convicción del caballero que no debe tolerar, más allá de determinado punto, expresiones que pudieran ser ofensivas para una dama, aunque fuera de una cuna que nunca podría equipararse a la de su idolatrada y amada Señora Dulcinea.
En esto llegó la comitiva hasta el lugar donde se encontraban señor y escudero. Don Quijote observó que, Quiteria, nombre de pila de la moza, tenía mala cara; cosa natural, se dijo a sí mismo,  por todos los trajines a los que se ven sometidas las novias, con los menesteres necesarios para preparar una boda. Nada que no fuese normal.
De pronto, a sus espaldas sonó una voz , potente, que reclamaba atención perentoria. La gente enmudeció, no sólo por la intromisión de aquella voz; sino porque al volver la cara en su dirección reconocieron al hombre que pronunciaba aquellas palabras; era Basilio.
Éste, dirigiéndose a Quiteria la dijo que estaban al tanto ambos de que "mientras él viviera, ella no podría desposarse con nadie más y que por intentar amasar más fortuna para tí, se me ha echado el tiempo encima y no he tenido tiempo de desposaros aunque sí de iros procurando, poco a poco el suficiente acomodo económico que os merecéis; y ahora, deseáis que sea para otro".
"Yo os deseo lo mejor para ti, con lo que prefiero quitarme de en medio"; y diciendo esto se abalanzó hacia adelante interponiendo su bastón, con punta de acero entre el suelo y él. Un inmenso borbotón de sangre manchó, de inmediato, ropajes y empapó el suelo, recorriendo una gota como una flecha, el trayecto hasta casi rozar la punta del pie de Quiteria,  dibujando, así, un camino de muerte.
Don Quijote acudió el primero; no por efecto de sus reflejos de caballero andante, supuestamente entrenados, si no porque era el que estaba más cerca del suicida.
Le recogió en su regazo y comprobó que malamente pugnaba por vivir. Los ojos del desdichado, querían decir mucho más de lo que sus fuerzas permitían a sus palabras. No dijo nada. Quedó inerte.
Quiteria, palideció. Esperaba, de un momento a otro, que esa visión desapareciera de su vista y de su cabeza. Aquello no podía pasar. No era lo establecido.
Tomaba con ternura primero las manos de Basilio, queriéndolas infundir un hálito de alma, de vida y hacer realidad, así, los auténticos planes que habían diseñado entre ambos.
De un bolso del jubón de Basilio, asomaba una carta cuyo papel, al lado de la herida, poco a poco iba tornándose rojizo.
Quiteria tiró de él con la intención de apropiárselo, más Don Quijote, atento, se lo arrebató de una mano sonrosada y manchada de sangre del herido.
Leyó , el Ingenioso Hidalgo, para sí un rato que, a los espectadores, les pareció mucho tiempo; y comenzaron a impacientarse. Don Quijote, en principio, hizo caso omiso de los gestos de nerviosismo de éstos pero cruzó una mirada con Sancho, su escudero, y comprendió lo que el astuto sirviente le pedía con su  mirada.
Tras un carraspeo, más para llamar la atención que por otro motivo; consiguió que los asistentes clavaran todos sus miradas en él; y éste, sintiéndose el centro de la reunión se limitó a hacer un sucinto resumen de los que aquella misiva revelaba.
"He decirles, maeses,  que la desdicha y la desgracia acompañarán siempre a esta joven novia. El plan que habían urdido ésta  mujer con Basilio, era pretender casarse en artículo mortis por el cura, aquí presente; a lo que él no podría poner ninguna objeción, pues iría a fallecer en instantes; con lo que Quiteria, más tarde, se podría desposar con éste que hoy la llevaba al altar..."
Una vuelta rápida por la especie de círculo que le rodeaba, le hizo comprender que seguían ávidos de noticias.
"Y hasta ahí, todo formaba parte de un suceso que se podría llamar normal. Porque, y ahí está la trama urdida, todo hubiera sido una farsa; y, una vez desposados, mediante un artilugio ingeniado por Basilio, se levantaría, como por arte de magia, ileso; con lo que el matrimonio sería legítimo ante los ojos de Dios y de los humanos.
Pero algo falló. El mecanismo diseñado, no se abrió como debía y traspasó de parte a parte el pecho del infeliz Basilio; sin darle la más ligera posibilidad de decir ni pío. Duró unos segundos.
Camacho, el novio de quien se habían querido burlar, no podía cerrar la boca ante tal revelación; y tardo mucho rato en poder reaccionar.
Incluso tuvo intenciones de dejar que se desenvainaran las espadas entre los seguidores de unos y otros.  Pero se plantó en medio de los contrincantes, balbuceó, cogió fuerzas y calmadamente salieron de su boca unas lacónicas palabras: ¡De la que me he librado!

Don Quijote, ante tal salida, no pudo por menos de echarse una larga risotada ante la genialidad del novio despechado y , una vez apaciguados los ánimos de unos y otros y dejándolos en manos del señor cura, espoleó a Rocinante, camino hacia otra aventura...a unos metros le seguían su fiel Sancho, a lomos de su  no menos fiel, Rucio.


Para el I Certamen Internacional de Relato Corto "El Bonillo en un lugar del Quijote". El Bonillo. 

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